domingo, 18 de octubre de 2009

Ventana al mar.


Mi próximo gran objetivo secreto (de los menos grandes, que no pequeños, tengo una libreta llena) es un ático con vistas al mar. En un día como hoy, típico temporal otoñal de levante, olas rugiendo, lluvia intensa cambiando de dirección a cada golpe de viento, se produce un grandioso espectáculo que no quiero volver a perderme.

Hace muchos, muchos años, cuando yo era más joven e idealista -aunque menos aventurera y valiente según ha venido el paso de los años a demostrarme- soñaba con una gran casa a pie de playa, incluso de acantilado, donde iría discurriendo apaciblemente mi placentera y acomodada vida de escritora de espléndidos bestsellers, rodeada de perros, gatos y aduladores de distintos pelajes que me hicieran sentir como una adorada -y sin embargo despótica- emperatriz controladora hasta de los más ínfimos detalles. Después deseé un barco, con un canal navegable propio en el que poder aislarme cada vez que no se viera cumplida alguna de mis más descabelladas ambiciones.

Este domingo en el que mi previsto último día de playa se ha ido al garete, y quizá precisamente por esa razón, mientras escucho a Madeleine Peyroux en el spotify, me he propuesto seriamente conseguir el gran objetivo que marcará una frontera entre aquellas juveniles ambiciones y las no menos descabelladas de la madurez reflexiva en la que me hallo instalada desde que hice las paces conmigo misma, no demasiados meses atrás en el tiempo. Aunque ahora los obstáculos -diferentes pero no menos dificultosos y que de alguna manera dependen sólo de mí y de cómo se los presente a meri, el único escollo que puede detener mi desenfreno- son reales y, por eso mismo, superables.

Una ventana al mar. Ya me siento comprometida con ella.

1 comentario:

neoGurb dijo...

(Bueno, pues parece que la cosa iba en serio, y se adivina una continuidad)

¿He leído "desenfreno"? ¡Ay madre mía!