jueves, 31 de julio de 2008

Ochenta y cuatro.

Salmorejo de Córdoba.

El último día de julio, una crema fría para temperamentos calientes.

Me enseñó a hacerlo hace unos años una amiga cordobesa y, aunque lo cierto es que la primera vez que lo tomé preparado por ella no me gustó demasiado -comparándolo con el gazpacho, esa explosión de sabor de tantas verduras frescas- he ido acostumbrándome a su exquisitez cada vez que he repetido. Ahora es uno de mis platos (o vasos, que si sobra acabo bebiéndomelo) fríos favoritos, especialmente cuando lo preparo con los tomates que cada viernes me traen de la huerta, que nada tienen que ver con los que antes compraba expresamente para hacer el salmorejo. Porque los dejan madurar en la mata y eso, en el sabor y en la textura, se nota. Hay que poner el pan del día anterior (una barra, más o menos) a remojo en agua hasta que se ablande. Lo utilizo después muy escurrido para triturarlo con los tomates, muy maduros y pelados, con un par de dientes de ajo y un buen chorretón de aceite de oliva. Yo sal le pongo poca.

Al servirlo, preferiblemente en cuencos de barro, se le añade huevo cocido cortado en cuartos y tiras finas de jamón serrano. Para comer con cuchara…o mojando con pan.

miércoles, 30 de julio de 2008

Ochenta y tres.


"Hablar siempre en voz baja es algo que, poco a poco, disuelve las palabras y reduce las conversaciones a un intercambio de gestos y miradas. El miedo, como la voz queda, desdibuja los sonidos porque el lado oscuro de las cosas sólo puede expresarse con silencio."

Alberto Méndez
. Los girasoles ciegos.

martes, 29 de julio de 2008

Ochenta y dos.

Tránsito en espiral. Remedios Varo.

Exposo y yo trabajamos en la misma ciudad, en el mismo barrio, casi en la misma calle y con el mismo horario. En un ámbito tan reducido y en el que la mayoría de los pobladores diurnos nos conocemos después de tantos años, solemos cubrir nuestras necesidades más primarias (banco, café, tabaco, pan, prensa) en los mismos locales y a las mismas horas. Aún así, en el largo año que ha pasado desde que él -para mí, al menos- ha cambiado de nombre, apenas si nos hemos entrevisto, de lejos y casi de reojo, con el margen suficiente de espacio como para no encontrarnos, unas seis o siete veces.

(Hasta aquí lo que he empezado a escribir esta mañana, temprano mientras desayunaba, posiblemente bajo los influjos de alguna pesadilla que no recuerdo, reflejo de una conversación que mantuve ayer con meri en la que me contó algunas cosas que hubiese preferido ignorar)

Hoy he salido para el descanso de café un poco más pronto de lo habitual. Necesitaba venir a casa a recoger el telefonino que me había dejado olvidado y quería aprovechar para llevar unos productos de limpieza que compraría por el camino, con lo que me ahorraba tener que bajar por la tarde a la tienda. He cambiado, pues, tanto de hora como de itinerario. A la vuelta, ya dispuesta a tomar el café en la cafetería de costumbre, buscando la sombra me he metido por la calle equivocada. Iba pensando en el error cuando le he visto. Por la misma acera y acercándose. No había posibilidad de evitar el cruce. He maldecido en voz lo suficientemente alta como para que me oyera cualquiera que pasara por allí, he frenado en seco antes de recuperar el paso y, agarrándome fuerte al asa del bolso, he respirado hondo y he acelerado para que sucediera cuanto antes. ' ...dioss...', '...sta lueg...' es todo lo que nos hemos dicho.

Llevaba puesta una camisa rosa en la que me he fijado con gran asombro mientras le veía venir, porque iluminaba de una manera inusual la triste, monocroma y sombría figura a la que me tenía acostumbrada. La incongruencia de ese color sobre su cuerpo es lo que me ha salvado de un ataque de pánico como los que he venido sufriendo desde que, condenados a vernos cada vez que recoge o trae a meri a casa, he tenido la necesidad de estar a corta distancia de su mirada, su escrutinio, su olfato, su impertinente pose de indiferencia...

(Esta parte la he escrito esta tarde, después de comer, todavía con las piernas temblequeando. Había más, pero por primera vez desde que me muevo en esta agua, ha podido más la autocensura. Ahora sé que sigo sin estar lista.)

lunes, 28 de julio de 2008

Ochenta y uno.


Estoy aprendiendo (a estas alturas y no demasiado bien, diría mi hija) a buscar música en la red. No ya para bajarla a mi portátil -cosa que muchas veces no consigo- sino más para escucharla en el momento cuando, por ejemplo, espero que se conecte meri al messenger y así poder charlar un rato con ella ahora que estamos viviendo en casas diferentes, mientras esperamos que acabe este larguísimo mes de julio. Y me resulta casi tan extraño que me envuelva el sonido desde la pantalla como lo fue en un principio utilizar el ordenador para algo más que editar textos en la oficina (esto también habrá que achacarlo a la edad, supongo).

Si bien soy consciente de que no he llegado demasiado tarde a engancharme a esto de las nuevas tecnologías, sé que todavía soy incapaz de sacarle todo el provecho a lo que puede dar de sí internet en cuestiones tanto de información como de ocio. Aunque algunas veces pienso que no es incapacidad, sino desinterés. Y tampoco exactamente. Porque, no teniendo acceso a los circuitos culturales de las grandes ciudades, debería aprovechar al máximo la oportunidad de tener tan a mano todos los periódicos, la mayoría de las películas, las series de culto que ni siquiera conozco, cantidades inimaginables de libros, los blogs sin los que me cuesta empezar el día, todos los amigos de todas las ciudades, de todos los continentes. Pero, pero, pero...

¿Realmente se le pueden poner peros a todas esas cosas que, bien administradas, podrían llegar a ser consideradas algo así como la octava maravilla? Seguro que cada persona, en cada momento, tiene su propia respuesta. La mía ahora, incluso hoy, que he hablado por primera vez en directo con Ella, es que le falta todavía mucho para ser emocionante. Tanto como lo pueda ser el contacto con un disco de vinilo, las manchas negras en los dedos después de leer un periódico, el aroma de un libro recién estrenado, la tenue oscuridad de un cine o el sonido de una voz con todos sus matices.

domingo, 27 de julio de 2008

Ochenta.


Madrugar. Ayudar a recoger para que no se olvide nada. Desayunar rápidamente y cargar el coche. No va a caber todo. Ellos sólo traían una maleta y ahora vuelven con cajas y cajas de vino y bolsas y bolsas de libros. Lavar y tender sábanas y toallas. Acabar de barrer los restitos de arena de la playa que se habían quedado olvidados en los rincones más inesperados. Y todo ello en un triste domingo de cielo gris y humedad desacostumbrada.

Estoy agotada. Apenas queda una semana para el próximo viernes -vacaciones, por fin vacaciones- y no sé cómo llegaré de entera hasta allí. El calor, los excesos en la mesa, un desarreglo de estómago que me ha tenido dos días como fuera de este mundo, los madrugones, el cambio de rutinas; la edad, en fin, que no perdona...

miércoles, 23 de julio de 2008

Setenta y nueve.

Cumpleaños feliz.

La pequeña casa parece abarrotada. Hoy, además, ha venido meri, en un descanso de las vacaciones en casa de su padre, a celebrar su cumpleaños con nosotros. Y es que los trece ya son una cifra importante. Me acaban de dejar sola, después de una agradable y opípara comida y antes de la cena con tarta y velas. Aprovecho para encender el portátil, pasar revista a lo escrito en mi ausencia y dejar yo misma constancia de lo bien que lo estoy pasando en compañía de personas a las que tanto quiero.

lunes, 21 de julio de 2008

Setenta y ocho.


Bajando las persianas se consigue envolver la casa en una penumbra refrescante y tranquilizadora. Ahora que las temperaturas suben minuto a minuto, es imprescindible ponerse a salvo. No sólo huyendo del sol, sino -lo más importante- refrescándose tanto por fuera como por dentro. Una de las formas más sabrosas, y al mismo tiempo hidratantes, es consumir zumos fresquitos de diferentes frutas y verduras.

Hoy te propongo uno de los que a mí más me gustan, con tomates muy maduros y una ramita de apio. No sólo es delicioso sino que además prepara la piel para conseguir ese bronceado que te reporta buen aspecto durante todo el año. Y es tan sencillo como triturar juntos los tomates y el apio, tamizar, salar apenas, mezclar con unos cubitos de hielo y beber muy fresquito.

domingo, 20 de julio de 2008

Setenta y siete.


Los sábados por la mañana suelo acompañar el desayuno (el desayuno importante y calmado, pacientemente preparado con tiempo de sobra por delante, la mesa repleta de chucherías que entre semana no pueden ser) con la lectura del periódico del viernes. No por las noticias, que sé que la mayoría ya están caducadas, sino por los fondos del periódico. Esos artículos, esas tribunas, esas columnas en las que hay que detenerse para tomarle el pulso -al menos una vez por semana- al país y al tiempo que estamos viviendo, algunas veces como de lejos, de oídas, de prestado.

Durante el tiempo que he estado desconectada, además de trabajar en la oficina, leer, ir a la playa, dormir ocho horas diarias, dar largos paseos, observar desde el balcón y dedicarme a la cocina, veía la tele. Más de lo acostumbrado y casi fijándome en lo que ponían en la pantalla. Publicidad, mucha publicidad pinches en el canal que pinches, a menos que tengas digital+ que ahora no es el caso. En algunas ocasiones, por otro lado, es lo mejor de la programación, pero para hablar de eso ya existen críticos de la cosa y no voy a hacerles la competencia. Las primeras veces no le di importancia, viendo la sucesión de spots como mensajes que no habían de llegarme, porque poco tenían que ver conmigo, con mi vida real, con la gente que me cruzo a diario, con mi cesta de la compra... Después, me fui percatando de que, a pesar de que a través de los años han evolucionado los nombres de los productos, las formas de presentarlos, la estética de las imágenes y los conceptos de los mensajes, nada ha cambiado en realidad. Se piensa en ello como de pasada -al fin y al cabo no es mi campo- y se archiva en algún lugar de la mente casi como una anécdota, como algo que comentar en una de esas conversaciones que de repente se quedan en blanco.

Y sin embargo, leyendo pausadamente el periódico del viernes una mañana de sábado, me encuentro -dentro del laberinto de Espido Freire- con las palabras justas para expresar la sensación que me había estado rondando.

sábado, 19 de julio de 2008

Setenta y seis.


La jornada se alargó hasta que la luna se situó con toda su redondez en lo más alto del estrellado cielo. Preciosa, cálida, transparente y concurrida noche de luna llena en la playa. Bendita mañana de sábado.

viernes, 18 de julio de 2008

Setenta y cinco.

Sweet bird study. Jack Vettriano.

Una hamaca a la orilla del mar en un día soleado. El sonido de las pequeñas olas yendo y viniendo sin descanso. El calor que poco a poco se va apoderando de cada centímetro de la piel expuesta. La caricia de la brisa en cada pliegue del cuerpo desnudo. Esa es hoy por hoy la mejor manera que conozco para desconectar de todo y todos. Y además, la tengo a mano.

jueves, 17 de julio de 2008

Setenta y cuatro.


En la misma revista que las recetas de cosas tan ricas y sanas encontró la referencia de una página de contactos en la que -decían allí- se tenía la posibilidad de conocer gente y en la que, incluso, en un alarde de optimismo, le aseguran que navegando por los perfiles de sus miembros (¿y miembras?) se tienen grandes posibilidades no sólo de encontrar pareja, sino de ¡enamorarse!

Como ni el chocolate ni las falsas promesas le parecieron demasiado peligrosos decidió probar ambas cosas. Ambas, aunque en un orden de preferencia sobre el que no le cupo ninguna duda. Así, un día por la tarde, con una bandejita de bombones al lado y el recorte con la dirección web de la referencia, se puso a la tarea. El registro no resultó sencillo. Los datos solicitados eran muchos y demasiado personales. Tenía, además, algunas dudas. ¿Se debía ser completamente sincera? ¿O por el contrario era más adecuado utilizar la imaginación e ir respondiendo según la inspiración del momento? Como no tenía demasiado claro el método a utilizar, la solución fue salomónica: una parte de aquí y una parte de allá. Probablemente no acertó del todo, pues se lamenta de que a día de hoy todavía no ha obtenido ningún resultado.

El caso es que la experiencia no sólo no le desagradó sino que le pareció incluso que podría llegar a ser gratificante y, puesta allí la primera pica, decidió seguir adelante. Tiempo era lo que le sobraba. Pidió a google más referencias y estuvo distraída (en el más amplio sentido de la palabra) creándose perfiles en diferentes plataformas que prometían amistad, diálogo y confraternización entre otras cosas. En una de ellas -que ofrecía un chat para ir abriendo boca- sufrió un abordaje agobiante de mensajes 'en privado' que le pedían insistentemente sus medidas y su número de teléfono. Otros, más comedidos, se conformaban con el msn, a ser posible con foto o con cam conectada, y los menos, en fin, se presentaban de una manera educada y esperaban unas cuantas líneas de conversación intrascendente para acabar solicitando lo mismo que el resto. Entre todo aquel jolgorio tropezó con alguien que no sólo parecía apreciar su ironía sino que, además, la provocaba con sus escuetas y bien medidas respuestas. Al que después de un rato largo de conversación le dio el msn, que parecía ser el bien más valorado. No perdía nada y cabía la posibilidad de haber encontrado a alguien interesante con quien charlar mientras en la tele ponían la misma película de todos los veranos.

Dos días duró el buen rollito. Ayer le colgó -con la excusa de que le tomaba por tontito al no querer conectar la cam ni enviarle una fotito- mientras intentaba explicarle que gracias a una bajada de corriente eléctrica durante una de las frecuentes tormentas de los meses de invierno se le había fundido el ordenador, que ya tenía su solera, con lo que no sólo se quedó sin todas las fotos de las vacaciones de años pasados sino que además se tuvo que gastar un dineral en la compra de ese portátil con el que ahora estaba familiarizándose. Aunque si es difícil que alguien te escuche cuando le dices lo que no está dispuesto a oír, más complicado resulta si, en lugar de escuchar, lo ha de leer. Me cuenta que se quedó un tanto disgustada, pues no está acostumbrada a que le tomen por mentirosa ni manipuladora. Y menos por una foto, con la cantidad de imágenes chulas que tenía ella archivadas.

Como si yo fuese la experta de la oficina, no sé si porque suelo arreglar los equipos apagando y encendiendo o porque me paso la pausa del café escribiendo en una libreta que llevo siempre en el bolso, me pregunta si creo posible que, enviándole una larga carta a la dirección que aparece en el contacto del msn en la que -desde el encabezado a la cruz- le explique detalladamente que no le estaba tomando el pelo sino simplemente precauciones, conseguirá que vuelva a hablarle. Y yo, que no sé qué responderle porque ni sé de direcciones de correo ni de tácticas de acercamiento, viéndola tan angustiada le aseguro que haré todo lo posible por ayudarla. En cuanto se da la vuelta para volver a su sitio, escribo esta pequeña historia en la libreta que copio ahora literalmente. Porque el ciberespacio, aun siendo grande, no es infinito y siempre cabe la posibilidad de que esos ojos que no se detuvieron en la pantallita del msn lo hagan aquí y, aclaradas las cosas, recapacite y vuelva a conectar con quien ahora sólo parece que espera y desespera.

miércoles, 16 de julio de 2008

Setenta y tres.

Bailarina en la barra. Fernando Botero.

Un año y dos meses después, de una manera inesperada, he recibido una visita del pasado. "Estás más gorda", me ha dicho después de darme dos besos. "Soy más feliz", le he respondido. Y es cierto. En los tres últimos meses me sienta bien todo lo que como, todo lo que duermo, gran parte de lo que sueño, casi todo lo que vivo. Y eso, que no lo dude nadie, engorda.

lunes, 14 de julio de 2008

Setenta y dos.


El tráfico no suele ser muy denso pero aún así se producen algunas colisiones. Ha sucedido hace una media hora. Un golpe fuerte, un coche que le había dado a otro que en ese momento se cruzaba en su camino. El conductor sale por su lado gritando como un energúmeno. El del otro coche ni se mueve. Sabe que no tiene razón y evita el enfrentamiento. Mueve el vehículo cuyo morro había quedado empotrado en el lado del copiloto y lo aparta del centro de la calle para permitir que se restablezca la circulación. El energúmeno, sin dejar de gritar, saca el teléfono móvil del bolsillo de su americana, comprueba que no ha sufrido ningún daño y marca un número, corto, previsiblemente el de emergencias que le comunicará con la policía local. No se acerca para nada a su coche, por lo que desde aquí deduzco que quiere mantenerlo tal cual lo ha dejado el desplazamiento del golpe para que en el atestado figuren los parámetros adecuados. Insulta al otro conductor que parece preferir no darse por aludido. Al cabo de unos minutos, se abre la portezuela del lado dañado del coche agredido y, con grandes esfuerzos, baja de él una mujer, que en ningún momento es atendida por su compañero de viaje. Se dirige poco a poco, renqueando, a la acera y allí se deja caer, al parecer dolorida en una pierna. Se le acercan algunos transeúntes y le ofrecen ayuda, que ella rechaza tímidamente. Mira al energúmeno, que ni siquiera se desvía un milímetro de su propio yo cabreado. El conductor del coche agresor, que en ese preciso instante parece darse cuenta del alcance de su peligrosa maniobra, sale al fin del vehículo, ignorando al energúmeno que continúa con su perorata, y se acerca a la mujer, que sigue inmóvil, esperando la atención del que ni siquiera la ha mirado. Entonces él mismo llama a la ambulancia, que llega antes que la policía. Los sanitarios depositan con cuidado a la mujer en una camilla y se la llevan camino del hospital. El energúmeno sigue sin desviar la vista más que para echar una ojeada a su maravilloso coche destrozado. Yo me retiro, despreciándole, porque ya he visto bastante.

Que alguien me diga si eso no es también violencia.

domingo, 13 de julio de 2008

Setenta y uno.


Una de las ventajas de las ciudades pequeñas es que la mayoría de cosas y personas acaban pasando por debajo de tu casa. Como la de Cecilia, la mía dispone de un balcón grande. O de una terracita pequeña, dependiendo del uso que se quiera hacer en cada momento. El mirador se levanta cuatro plantas por encima del cruce de cinco calles. Una principal que corta el paseo y el resto, a ambos lados del mismo, que van a desembocar en ésa. Para cualquier persona que esté un rato asomada, a cualquier hora del día o de la noche, puede llegar a ser un espectáculo. Para mí, que además de curiosidad tengo un poco de imaginación, es una fuente inagotable de inspiración que se convierte en casi nada a la hora de querer dejar constancia de lo que sucede.

En estos días pasados de calor, algarabía y desconexión he ganado muchas horas sentada a la fresca, leyendo, cosiendo, tejiendo, fumando, pensando, merendando o, simplemente, observando. A diferencia de mis vecinos -que tienen la mayoría aire acondicionado- para mí el balcón grande (o la terracita pequeña, depende del uso que se quiera hacer en cada momento) es una parte habitable de la casa. Que no sólo me refresca sino que me brinda la ocasión de enriquecer día a día mi ya extensa galería de personajes imposibles.

sábado, 12 de julio de 2008

Setenta.

Bombones de chocolate con semillas.

No puedo evitarlo, necesito comer chocolate. El verano pasado me ponía hasta las cejas de helados industriales, pero ahora, que me cuido, me preparo mis propias golosinas. Como estos bombones cuya receta descubrí hace unos días en una revista de las consideradas (muy entrecomilladamente) alternativas porque la mayoría de los temas que tocan son de vida sana y autoayuda. En la cocina creativa ayudan, de eso no me cabe la menor duda.

Se compra un buen chocolate, con un alto porcentaje en cacao, un brick pequeño de nata líquida, un puñadito de semillas de sésamo y otro de semillas de calabaza, una naranja -de la que sólo se utiliza la piel- y un trocito de jengibre fresco. Y ya se puede empezar a preparar.

La piel de la naranja se corta a cuadraditos finos y el jengibre se pela y se trocea también pequeñito. Se tuestan las semillas, sin dejar que se quemen, en una sartén, se pican y se reservan. Se pone al fuego un cazo con la nata líquida, la piel de naranja y el jengibre y, cuando empiece a hervir se incopora el chocolate partido en trozos no demasiado grandes. Se mezcla bien removiendo con una cuchara de madera y se añade una parte de las semillas, reservando el resto para decorar. Se retira del fuego y se deja templar en el mismo recipiente. Cuando esté a una temperatura aceptable, se coloca la mezcla sobre una lámina de papel film (plástico de cocina) y se enrolla formando un cilindro de un tamaño que te guste.

Se deja enfriar en la nevera y, cuando ya está frío, se corta en círculos. Sobre cada uno de ellos se reparten unas cuantas semillas enteras, recién tostadas y todavía calientes. La diferencia de temperatura hará que se queden pegadas a los bombones. Un capricho delicioso. Y artesano. Y, digan lo que digan, sano.

viernes, 11 de julio de 2008

Sesenta y nueve.


Fue como una tormenta de ideas encadenadas. Cuando anoche tarde, muy tarde -después de una agradable cena en la mejor de las compañías y un paseo acalorado a causa de la húmeda noche- recuperé los mandos de mi pequeño macboook, pensaba casi únicamente en comida. No en las cerca de cincuenta gigas de informaciones varias que había perdido con la muerte súbita del disco duro, ni en la alegría por la recuperación, aún en blanco, de mi herramienta de distracción, ni en el nerviosismo propio de las nuevas ilusiones (así es como lo veo ahora, como un proyecto realmente nuevo, en el que no queda ni el más pequeño rastro de historias antiguas), ni siquiera en la emoción de volver a asomarme a vuestras ventanas abiertas. Sólo pensaba en comida.

Aquí, pues, de nuevo, supongo que cuando tenga organizadas al menos un par de carpetas, volverán a leerse recetas de cosas buenas que me da por preparar. Hoy sólo saludo. Y os dedico la primera bonita sonrisa que he encontrado por ahí.