miércoles, 31 de diciembre de 2008

Felices 2009.

Viñeta de Ramón en El País el día 29.

Anoche, ya acostadas, meri me preguntó cómo pensaba que sería el próximo año. Indudablemente mejor que éste pasado -le respondí- que a ninguna de las dos nos ha ido demasiado bien. ¿Olvidamos todos estos días? insistía ella, precisamente en una noche que me había sido concedido de propina, pues según las decisiones de última hora debía haberla pasado con su padre.

Hemos tenido una serie de dificultades añadidas en estas vacaciones escolares, pues alguien se ha salido del trato queriendo imponer unas normas nuevas contra las que, no estando de acuerdo, me he rebelado sin pensar en si podrían derivarse consecuencias. Al haberlo comentado con ella no sólo es consciente de mi preocupación sino, considerando que soy yo la que lleva razón, desde el primer momento la he tenido de mi parte. Más que eso, apoyándome y ofreciéndome su complicidad tan sin límites que incluso hemos sobrepasado lo que, unilateralmente, decidí como reparto.

Esta madrugada, cuando empiece el año que nos ha de ir necesariamente mejor que el que borraríamos con gusto de nuestra memoria, estaremos en casas separadas, en ambientes diferentes y solas con nuestros pensamientos. Que serán de una para la otra, de eso estoy casi segura.

Aunque mi brindis, que no faltará, irá por todos vosotros.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Y de postre...


... un sorbete con la fruta de la buena suerte, que seguro la vamos a necesitar.

Hemos de tener a mano:

3 granadas, 2 huevos, 3 cucharadas de azúcar, 1 limón y agua mineral.

Así lo vamos a hacer:

En un cazo se pone a calentar el azúcar con un vasito de agua y el zumo de medio limón, hasta obtener un almíbar. Mientras, se pelan las granadas, dejando los granos completamente limpios de telilla y se pasan por un chino, sin apretar demasiado para no romper las pepitas. Se añade este zumo al almíbar y después de removerlo muy bien, lo dejaremos enfriar. Se levantan las claras de los huevos a punto de nieve, y cuando ya están bien sólidas, se incorpora el sirope, removiendo con cuidado. Como la mayoría de nosotros no tenemos sorbetera, lo meteremos en el congelador en un cuenco, sacándolo de vez en cuando para removerlo bien. Y ya está. Se sirve en una bonita copa y listo para tomar.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Con uvas.


El día de nochevieja cómete las uvas en el plato principal. Te evitarás las prisas, la aglomeración, el atragantamiento… y disfrutarás plenamente de ellas. Aunque, eso sí, no vienen con el deseo incorporado. No importa porque, después de degustar este delicioso plato, tu único deseo será que haya sobrado para poder repetir al día siguiente.

Es tan sencillo, además, que no te pasarás toda la tarde en la cocina, sino apenas unos minutos antes de poner la mesa en la que se sentarán los comensales que tú hayas invitado a cenar. Igual da uno que cincuenta, sólo has de ir sumando cantidad a los ingredientes para que resulte tan sabroso que si lo hubieras preparado sólo para ti. Toma nota y comprobarás que la simplicidad puede ser sinónimo de sofisticación a poco que te lo propongas y le eches un poco de imaginación. Pocha un par de cebollas muy picaditas en una sartén, a fuego muy lento. Cuando estén transparentes, añade un racimo de uvas despepitadas, sal, nuez moscada y una cucharada de miel. Al cabo de unos minutos, cuando el guiso ya ha mezclado todos los sabores y los aromas, añade unas piezas de bacalao desalado durante al menos veinticuatro horas, pasado por harina, y cubre todo con vino moscatel. Tapa la cacerola y acaba de cocer muy suavemente. Si has preparado una ensalada de brotes tiernos, a la que puedes añadir unos pensamientos de diferentes colores -siempre que te dé confianza su origen, porque no vas a poder evitar desear probarlos- la cena que esa noche se sirva en tu casa será recordada por mucho tiempo con auténtico placer.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Segundo día.


Anoche, cuando volvíamos de disfrutar una estupenda navidad en familia, la temperatura era tan agradable y el cielo lucía tan despejado y estrellado que me hice la ilusión de que hoy tendríamos un magnífico segundo día. Aunque tuviese que levantarme temprano porque fuese tan laborable como cualquier otro viernes del calendario. Sabía por experiencia que el ambiente de oficina sería resacoso en todos los aspectos y que podría escaparme temprano para salir a comer con meri, ya que por tradición aquí todavía lo medio celebramos. Pues no podía estar más equivocada. Después de una noche lluviosa, otro día gris y frío en el que lo único que apetece es hacerse un rebujito, bien tapadita con la manta, con el radiador encendido desde que nos hemos sentado a comer (en casa, un caldito y unas sobras de fiambres) y ponerse manos a la obra con los libros nuevos que han llegado envueltos de regalo.

Unas cuantas velas encendidas y el sillón al ladito de la cristalera de la terracita para no perderse nada de lo que pasa en la calle. El portátil encendido porque hay que ponerse al día después de esta pequeña etapa de desconexión voluntaria. Lectura de correos atrasados a los que hay que dedicar más cariño que tiempo para responder en los próximos días. Recuento de nuevos amigos que me pregunto a través de qué intrincados vericuetos han llegado hasta aquí y han tomado asiento para quedarse un tiempo. Así que al fin la lluvia, que esta mañana tanta rabia me ha dado, ha venido a salvarme la tarde de este segundo día que, al fin y aunque no como tenía previsto, he celebrado.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Hacia la luz.


Que hoy sea el día más corto del año ha de significar, sin duda, que a partir de ahora volvemos a ir directos hacia la luz.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Felices fiestas.


Me he enterado hace un rato de que, este año también, me quedo sola en la oficina al frente de dos secciones las dos próximas semanas. Aunque no me ha hecho tanta ilusión como el año pasado, porque esta vez, teniendo ya un poco más de experiencia en el asunto ese de asumir responsabilidades que no entran en mi sueldo, estoy menos dispuesta a considerarlo como una extravagante especie de premio. He vuelto a caer en la trampa de que, como mi familia está a tan solo unos pocos kilómetros, soy la que se queda. Después tendré la recompensa sí, y espero que no venga a fastidiármela ninguna cuadrilla de restauradores de fachadas, pero aún así no he quedado demasiado contenta cuando esta mañana, último día y casi a última hora, me han anunciado la buena nueva.

Lo cierto es que este año las fiestas me han pillado desprevenida. No sentía yo mucho, a pesar de cruzar todos los días el mercadillo de navidad que se han montado los comerciantes en una de las calles que forman parte de mi recorrido habitual, de las luces que llevan varios días encendidas, dándole un poco de color a los grises días con los que el cielo, que debe estar muy triste, nos despierta cada mañana desde que empezó el otoño, el espíritu navideño. Ni árbol ni belén en casa, ni compra compulsiva de regalos, ni envío de christmas, ni calorcillo en el cuerpo pensando en las reuniones familiares... nada de nada. La verdad es que lo que más siento es frío. Desde el exterior, pero también del interior, y ése cuesta más de erradicar.

He dejado de hacer muchas cosas que me deparaban satisfacciones personales, a cambio de meterme en otras que me convienen más en estos momentos. Una de las rutinas que más me ha dolido perder ha sido la de la escritura, no sólo en el blog, donde se nota especialmente, también en el correo, en los ejercicios a los que me obligaba para no perder el ritmo... Aunque, quizá para compensar, paso muchas horas alejada del portátil, que en alguna época no demasiado lejana parecía haberse convertido en un apéndice de mis ojos, de mis manos, de mi vida. Trabajo por las mañanas y descanso algunas tardes, estudio, leo, veo alguna serie en la tele, cocino y hago el resto de tareas domésticas, duermo todo lo que puedo, pienso, pienso, pienso...

Y hoy he pensado en que, a pesar de todo, el próximo jueves es navidad y estaremos todos. Incluso los que no vendrán. Y que me apetecía un árbol lleno de brillante y multicolores luces, y desear felices fiestas. Y que lo sean de verdad.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Desayuno confidencial.

Confidencias. Inés Rubiales.

Desde que descubrí que servían un café aceptable, que los precios eran asequibles y, lo más importante, que no había ruidosas reuniones, los domingos por la mañana -después de comprar la prensa y el pan- es allí donde me detengo a desayunar y hacer una primera revisión a los periódicos. Suelo coincidir en el momento con una persona a la que conozco desde hace años, una cajera del mercadona que está justo debajo de la oficina, con la que a menudo cruzo unas palabras cuando voy a comprar mi botella diaria de agua mineral. Si nos vemos en la cafetería, a la entrada o la salida de cualquiera de las dos, nos acercamos a la mesa, nos saludamos e intercambiamos un par de frases hechas, sobre el tiempo (atmosférico) o el tiempo que marcan los relojes, del que tan pocas veces disponemos como algo realmente nuestro. Nunca hasta hoy habíamos pasado de ahí.

Esta mañana he bajado más temprano, muy abrigada porque el viento helado, del que oía el estruendo desde la cama antes de levantarme, ha hecho bajar unos cuantos grados la temperatura, que ayer parecía haberse recuperado. Al cambiar de hora, el panorama en la cafetería era diferente. Todas las mesas llenas excepto una, la más pequeña, en la que no cabe ni el periódico desplegado y con sólo dos sillas. En una de ellas he dejado el gran bolso, el abrigo, la bufanda y la bolsa del pan y, sin tener que pedirlo, he esperado a que me sirvieran mi desayuno habitual. Mientras esperaba ha entrado ella, también con el periódico debajo del brazo, ha echado una ojeada y se ha acercado a saludar. No lo he pensado ni medio segundo. He retirado el abrigo, la bufanda, el bolso y la bolsa del pan y le he ofrecido compartir la mesa conmigo. En lugar de leer, podíamos charlar, que ya nos íbamos debiendo una conversación. Ha sido mi desayuno más largo. He conocido -ahora sí- a una persona encantadora con la que comparto experiencias, que hoy nos hemos contado, como el estar divorciadas ambas de una rara especie de hombre, el tener una hija adolescente a nuestras espaldas (durmiendo mientras nosotras charlamos) y que nos han llamado al móvil para reclamar nuestra presencia casi al mismo tiempo. De momento hemos quedado para el próximo domingo -misma hora mismo sitio- que las dos tendremos libre y quién sabe si además de desayunar incluso podemos comer juntas. Mientras tanto, seguiremos viéndonos por las mañanas en la caja de mercadona cuando yo baje a comprar mi botella diaria de agua mineral. Aunque el saludo será ya más cómplice, menos retórico, más amigable, más... confidencial.

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿Me estás espiando?


Empiezo por reconocer que mi actitud quizá sea un poco paranoica. Que, debido al temor que todavía atenaza parte de mis días, tomo demasiadas precauciones. También que, aun así, en muchas ocasiones siento como una mirada hostil en mi espalda. Incluso que sigo pensando que de vez en cuando vuelven a aparecer los duendes.

He tenido problemas en las últimas semanas con una de mis cuentas de correo electrónico, la más personal, la que no conoce casi nadie, en la que se guardan la mayor parte de mis secretos. Más que tener problemas, pensé que la había perdido porque se me negaba, una y otra vez, el acceso a su bandeja de entrada. Hoy, como por brujería, me ha sido restituida la clave que abre sus puertas. Y eso es precisamente lo que más me asusta.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Otoño.


No he cejado en el intento de leer poesía, aunque ahora lo hago siguiendo los consejos de alfaro, haciéndola mía, como si yo misma la hubiera escrito. Es complicado, no sólo porque no es mi lenguaje sino además porque igual he equivocado el principio. Pico aquí y allá, sin ningún método, limitándome a lo que encuentro tanto en la biblioteca pública como en la red, este largo fin de semana que he tenido más tiempo para buscar desde aquí.

Navegando así, un poco sin rumbo, llegué a un blog en el que encontré un pequeño poema que, ése sí, parecía haber sido escrito por o para mí. La imagen que lo ilustraba (la misma que yo pongo ahora) sin embargo, apenas si tenía que ver con las palabras. Pero me hizo tanto desear tener algo con qué acompañarla, que tuve que recurrir a un maestro.

Aprovechemos el otoño
antes que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja de sol
y admiremos a los pájaros que emigran

ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda

aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarlata.


Mario Benedetti. Otoño.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Convenio regulador.


En las últimas semanas -por cuestiones de trabajo que no puedo detenerme a explicar- han pasado por mi mesa en la oficina unas docenas de sentencias de divorcio, la mayoría de las cuales llevaba incorporado un convenio regulador de las condiciones del mismo, que básicamente se suponen económicas y en favor de los hijos menores habidos en el matrimonio. Han sido ésas las que me he detenido a leer, no sólo porque -también por cuestiones de trabajo- eran las que me interesaban sino por curiosidad y afán de hacer comparaciones con el que en su día -hace apenas un año- firmé yo en el despacho de mi abogada.

Recuerdo que, en conversaciones previas y cuando todavía la otra parte no había dado señales de vida, mientras preparábamos la demanda de lo que iba a ser un divorcio contencioso, insistí en que no se mencionase absolutamente ninguna de las motivaciones que pudiera causar malestares a corto o largo plazo y que, en lo tocante a las relaciones del padre con su hija, se intentase ser lo más abierta y flexible que permitiese el ministerio fiscal, que es parte en el proceso cuando de menores se trata. Al fin el redactor del convenio fue el abogado de exposo, cuando se vieron con el agua al cuello de los plazos casi vencidos para que pudiera pasar a ser calificado como de mutuo acuerdo y, aunque perfeccionista como soy, lo encontré carente tanto de estilo como de detalles que hubiese querido ver reflejados y porque me pilló en unos días en los que mi mente estaba en otro sitio donde era nás necesitada, firmé casi sin mirar la primera versión del que me presentaron. Su única condición negociadora, aparte del regateo de cien euros en la cantidad para la pensión -que mi abogada había estimado teniendo tanto en cuenta no sólo nuestros respectivos ingresos sino también los baremos que vienen marcados de oficio- era que yo firmara antes que él, y lo hice entre viaje y viaje, cuando mi madre todavía estaba ingresada en neurología, después del ictus. Sé que podrá parecer mezquino, pero mi prioridad era que aquello se resolviese cuanto antes, tanto para que exposo acabase de ser consciente de que no era un juego como para que empezase a hacerse cargo de los gastos de su hija, cuestión de la que había pasado olímpicamente desde el mismo momento en que meri y yo nos cambiamos de domicilio. Aunque, cuando ella estaba en su casa y a su merced los fines de semana, aún sin convenio, sin acuerdo y sin ninguna relación ni conversación previa, le llenaba la cabeza de fantasías en las que yo era la que le iba a desplumar, razón única y última en su miserable imaginativa del abandono perpetrado sin más motivo que el de joderle la vida.

Ahora, después de haber repasado punto por punto, coma por coma y palabra por palabra los que han ido llegando hasta mi mesa de trabajo, me doy cuenta de que en esa ocasión no debí haber optado por la simplicidad, ni siquiera con la excusa de las prisas, que tenía que haber estudiado la jurisprudencia anterior de todos los juzgados de la ciudad al respecto, que hubiese sido imprescindible dedicar tiempo y esfuerzo a redactar unas cláusulas que, pareciendo inocentes, esconden el verdadero secreto de la mayoría de los convenios reguladores que he conocido en estos días: voy a por ti y que dios te coja confesado.

martes, 2 de diciembre de 2008

Día perdido.


Me ocurre a menudo en los últimos tiempos. Amanece, suena el despertador y yo no me puedo levantar. Ni siquiera soy capaz de abrir los ojos y darle a la tecla que lo obliga a enmudecer. Es meri la que entonces se pone en marcha y toma las riendas, dejando que yo me quede sumida en ese sopor, ese duermevela que durará, con suerte, apenas unas horas. O unos días, si las cosas no acaban de darse bien. No estoy enferma. Es -simple pero terriblemente- ausencia, desgana, desapego...

Ayer me perdí el día completo. Nada hizo presagiar en las horas anteriores que fuese a tener uno de esos ataques. Hoy he podido reaccionar al estímulo de sus, aunque dulces, imperativas palabras, pero me encuentro turbia, sucia y desarraigada. He abierto todas las ventanas para deshacerme del hedor que respiro, pero creo que sale de dentro mismo de mi cuerpo. Cuando me he levantado lucía un sol prometedor de un día fantástico, aunque en poco menos de una hora han ido creciendo las nubes y ha descargado una tormenta de las que se recuerdan. El granizo ha roto mis plantas. Ellas pueden ser repuestas, pero mi día perdido, definitivamente, no.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Rosa cielo.


Estábamos viendo una película en la tele. Después de comer nos gusta bajar la persiana hasta quedar en penumbra y, ella tirada en el sofá y yo en uno de los sillones, dejarnos llevar por las luces, las voces y los movimientos que emanan de la pequeña (apenas diecinueve pulgadas) pantalla. Medio adormiladas porque solemos madrugar, medio vemos medio oímos cualquier cosa que a los programadores se les haya ocurrido para acompañar nuestra media siesta diaria.

Hay un anuncio muy malo en el que aparece alguien al que, para parecer pijo, en vestuario le cuelgan de los hombros un par de jerseys, uno azul y otro rosa, que nos hizo mucha gracia la primera vez que vimos. No porque la tuviera, que no, sino por mi comentario de que le quedaba tan bien el jersey azul cielo como el rosa cielo. 'Rosa cielo' desencadenó una tormenta de carcajadas en meri al pensar que, queriendo hacer una gracieta, me había equivocado. En aquel momento le aseguré que algún día podría demostrarle que ese color existe, y es algo que le gusta recordarme de vez en cuando. Esta tarde -obedeciendo a un impulso- he levantado la persiana y la he hecho asomarse. Lo teníamos delante de nuestros ojos. Rosa cielo en una tarde gloriosamente otoñal para el último día de noviembre.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Los cristales de las gafas.


Para días como el de hoy -de los que todos tenemos más de uno a lo largo de nuestras vidas- alguien debería inventar unas gafas autolimpiables. Porque pasarse toda la mañana con los cristales empañados a causa de las lágrimas, por felices y emotivas que éstas sean, resulta bastante incómodo. Aunque en algún momento de desesperación porque no recuerdas dónde te has dejado olvidado el pañito de limpiarlas, te haga incluso reír a carcajadas.

Han sido tantos y tan sinceros los mensajes, las llamadas, los regalos, los besos y los buenos deseos que sólo me queda dar las gracias.

El calendario dice que hoy cumplo 54. Yo, que no acabo de creérmelo, aún así voy a soplar las velas. Deseando entrar en otro año que, al menos, me ofrezca la misma cosecha de amistades que éste ya pasado.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Hace tanto frío.


Tomo café con leche y fumo mientras, aún con las ventanas herméticamente cerradas, siento la lengua fría del viento que sopla ruidosamente en la calle erizándome los pelillos de la nuca. A pesar de haberme puesto una dulce bufanda para cubrir el cuello es precisamente por ahí por donde se cuela el escalofrío.

Podría dormir toda la mañana y sin embargo mi cuerpo se despierta temprano, la ansiedad me empuja fuera de la cama y poco a poco voy perdiendo el calor que he ido acumulando durante toda la noche, apretujada en la cama contra el cuerpo de meri. Adoptamos la misma postura todas las noches, perfectamente acopladas como si formáramos parte de un puzzle de apenas dos piezas, milimétricamente ensambladas.

Se acaba mi semana de vacaciones en la que, a pesar de no suceder nada extraordinario, he disfrutado de pequeñas sensaciones que no estaban previstas en mi plan de viaje. Hace tanto frío, ha llovido tanto, que las horas se arrastran sin salir apenas de casa. Eso no impidió, no obstante, que ayer por la mañana me abrigase y saliese a enviar, después de empaquetarlo cuidadosamente, el regalo de cumpleaños para mi preciosa y pelirroja amiga del norte. Aproveché la salida, por otro lado, para buscar mi autorregalo, que en los últimos días tuve que ir cambiando de ideas debido a circunstancias que fueron surgiendo. No ha salido mal la jugada del todo porque así he llegado justo a tiempo de comprarme la segunda de las novelas de Stieg Larsson, que de otro modo hubiese quedado pendiente para finales de diciembre. Además, ya que estaba en una calle repleta de tiendas sin aglomeraciones y con multitud de ofertas (la crisis, dicen) y ya puesta a gastar un dinero que todavía no tengo, la cámara de fotos que desea meri, a la que ahora se le ha metido entre ceja y ceja que quiere ser la mejor de las fotógrafas. Porque yo la creo y por mí no va a quedar que, al menos, intente serlo.

Las luces de la calle se van apagando. Y hace tanto, tanto frío.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Los días de lluvia.


Los días de lluvia añoro por encima de todas las cosas el calor del fuego, el color de las llamas y el aroma a leña del que se impregnaba excasa al poco de encender la chimenea. También las frías y húmedas tardes, viendo y escuchando la lluvia al tiempo que leía -acurrucada bajo una manta- columpiándome en el balancín que había puesto a refugio debajo del porche. Aquí me conformo con encender la estufa y un par de velas, débiles y tenues llamitas que no desprenden apenas más que un calorcillo ínfimo, aunque todavía no he encontrado ninguna que huela a carrasca.

Se va a desprender de ella. Con gran disgusto de meri y creo que suyo propio, un poco obligado según me cuenta mi hija por esa novia que le está exprimiendo hasta los huesos, exposo ha quemado las naves y se aleja de todo lo que signifique recuerdos. A mí me duele, no puedo evitarlo, y ese abandono está trayéndome difíciles -casi insuperables- días de nostalgia.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La mañana es gris y fría.


Hoy es lunes, son las 9 de la mañana y no he de ir a la oficina.

Me quedaban cinco días de vacaciones y el año se acaba, así que decidí tomarme esta semana -que es la de mi cumpleaños- e intentar hacer esas cosas para las que últimamente me falta tiempo. Hoy meri ha fingido un terrible dolor de tripa para quedarse en la cama conmigo y eso me ha obligado a cambiar un poco los planes. Porque anoche vino tan alterada que yo voy a fingir que me lo he creído y a tenerla todo el día en tratamiento. He de tachar, pues, la visita al mercadillo, que lo era con una doble intención. Y el chocolate con churros en la terraza de Valor, destruyendo puentes y levantando barricadas.

Esta pasada madrugada los vecinos de arriba discutían en voz tan alta que de alguna manera me vi involucrada en sus problemas. Que vinieron a sumarse a los míos propios, por lo que he tenido una amarga noche de insomnio sin ánimos ni para salirme del cobijo del edredón.

La mañana es gris y fría. A juego con mi propio despertar.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Vasos vacíos.


Se me olvida a menudo que el portátil tiene música y altavoces. Se me pasa que puedo estar escuchando mis temas más o menos favoritos mientras aporreo las teclas. Hoy, no obstante, lo he recordado, he subido el volumen y me han entrado unas ganas locas de bailar. Entonces me he puesto a soñar. Sé que son imaginaciones mías, que no recuerdo ni cuándo fue la última vez, pero allí estoy yo, abandonada entre sus brazos, dejándome llevar. Tan cerca de él que casi podríamos fundirnos. Aspirando su aroma personal, un tanto picante a pesar de la ducha reciente, de la frescura de la hidratante (la mía, la que me venden siempre junto con la colonia que suelo usar) con la que se ha embadurnado gran parte del cuerpo (la que le queda por delante, la de atrás siempre ha supuesto un problema en el momento de untar), del chorro de colonia después de ponerse una camiseta y unos pantalones recién lavados con jabón natural...

Hoy ha sido un día de recaídas y regresiones. De vasos vacíos. Sin agua de río mezclada con mar.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Palabras en marcha.


Por las mañanas de los días laborables, en el descanso para café, corro a casa a tomarme una tostada y aprovecho para dejarle una notita a meri en la hoja que arranqué el día anterior del calendario de maitena. En apenas unas frases he de explicarle detalladamente los pasos necesarios para que pueda acabar de preparar la comida que tengamos para ese día. Yo llego casi una hora más tarde que ella y algunas veces el hambre le aprieta y no le viene bien esperarme. Además, me gusta que vaya adquiriendo responsabilidades domésticas sencillas y aumentando su autonomía.

En la oficina nos dejamos notitas en post-its amarillos. Yo siempre tengo un par de bloques abiertos encima de la mesa porque lo anoto casi todo. Y dibujo. Y ensucio. Y convierto en papelitos mínimos haciéndoles muchísimas dobleces. No es origami, pero me distrae.

En el bolso, de siempre, por lo que suelo usar modelos de talla XXL, llevo portaminas, con muchas de repuesto, bolígrafos de un par de colores, la agenda llena de anotaciones, un moleskine pequeño y alguna libreta de tapas duras, porque considero que puedo necesitarlos en el momento más inesperado.

Hace unos días tuve que ir a comprar material escolar y me llevé también un taco de post-its en forma de flecha, que ahora están señalándose unos a otros encima del escritorio de mi rincón de ocio, repletos de palabras que en sí mismas no tienen más sentido que el que ofrecen sus respectivas definiciones, esperando a encajar como si de un puzzle se tratara. Quizá la próxima semana, que al fin en lugar de en el balneario la voy a pasar en casa, consiga colocar cada pieza en su lugar correcto. O incorrecto, que tampoco me importa. La cuestión es que no se queden aquí paradas.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Poesía pastel.


Mis lecturas se nutren desde hace unas semanas básicamente de manuales de sociología e historia, por obligación y con el añadido de tener que retener y memorizar, con el esfuerzo que tal tarea supone cuando la mente ya está desacostumbrada. Por otro lado, he recuperado sencillas obras de principios básicos de filosofía -que voy leyendo sin orden ni concierto- por pura necesidad de encontrar, aunque ni siquiera sepa lo que estoy buscando. Y, para complicar más el panorama, me dio hace unos días por buscar entre las estanterías de la biblioteca pública algo que llamara mi atención en su reducida sección de poesía. Que al fin está siendo lo que más me está costando.

No me recuerdo lectora de poesía, creo que jamás he sabido entender su espíritu, que se me hurta su significado. Intento encontrar una explicación al desasosiego que me invade cuando, al no comprender el sentimiento, intento hacer una lectura literal de las palabras que mis ojos van encontrando, ordenadas según unas reglas diferentes, y que presumo con un doble (incluso triple) sentido, que me resulta imposible desentrañar. El empeño en acomodarme a su lectura es puramente egoísta, en un irracional afán por asumir como mías esas emociones que deben transmitir los poemas y que, en el culmen de la absurdidad, desearía, al no ser capaz de reflejar, al menos imitar.

Llevo un par de días haciendo ejercicios de composición. Los resultados hasta ahora son pobres y desiguales. Aunque creo que me están sirviendo para deshacerme de un tremendo complejo que me atenazaba: el de creer que el romanticismo pica y que la sensibilidad sólo se puede expresar con palabras almibaradas escritas en algún tono pastel.

viernes, 14 de noviembre de 2008

En un instante.

Círculo Ser. Divina Sabaté.

En tan solo un instante pasas la mayoría de las noches de estar despierta y consciente a caer rendida en el sueño más profundo. Antes de eso, en los minutos previos de duermevela, ya con todos los rituales cumplidos y apretando mucho los ojos como si con ese gesto se pudiera atrapar con más rapidez y efectividad la inconsciencia, escuchas dentro de tu propia cabeza, con una machacona repetición, gran parte de esas cosas de las que no has querido ni hablar a lo largo de todo el -interminable casi- día. Es entonces cuando crees encontrar respuestas a las preguntas, incluso a las que no han sido formuladas. Cuando atrapas las soluciones para los problemas planteados. Cuando te inventas una vida mejor y se te ocurren las mejores ideas para tus escritos.

Pero no quieres detenerte en esas ensoñaciones -todavía despierta, aún en el mundo de los vivos a pesar de que te habías propuesto dormirte mucho más temprano- porque has puesto el despertador y sabes que todos los minutos que pierdas son ya irrecuperables. Te engañas a ti misma intentando autoconvencerte de que al cabo de unas pocas horas, cuando de nuevo hayas de ponerte en marcha, lo verás todo -ya con los ojos abiertos y mientras desayunas o te duchas- con la misma claridad con que en esos momentos se te representa. Y volverás a estar equivocada.

Ocupas todo el día en hacer que la rueda siga girando sin haber sido capaz de recordar ni una sola de esas palabras, de esas ocurrentes respuestas, de esas magníficas soluciones, de esas ideales invenciones, de esas brillantes ideas. Y con la cosquilleante sensación de que hay algo que te estás perdiendo.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

De memoria.


Esta mañana temprano, en mi primera conexión (la de café y cigarrillo a una hora casi prohibida) me he llevado una muy agradable sorpresa con algo que, en principio, creí fruto de la casualidad. Más tarde, en una conexión posterior y poniéndome al día con aquellos blogs cuyas actualizaciones aparecen en mi reader, he ido descubriendo que se trataba de un bonito y sentido homenaje. Y todavía me he alegrado más, porque me suelen agradar los bloggers que hablan (bien) de otros bloggers.

Aquí hago un inciso. He empezado este post cinco veces y los efectos secundarios de la espectacular tormenta con la que hemos convivido esta tarde se han encargado de perderlo en cada una de ellas. Por ese mismo camino he dejado también algunas ideas, esas que se escriben en un momento cualquiera de inspiración y que, como ella misma, van y vienen a su antojo y no cuando son requeridas. Así que al final no sé muy bien por dónde voy a salir.

Algunas veces pienso si mi actitud al permanecer aquí de incógnito casi total es lo suficientemente egoísta como para que, al final, haya valido la pena. Ahora ya no, pero hace unos meses todavía había quien me preguntaba (aunque en realidad le preguntaban a ella, al anterior personaje desde el que mudé a memoria) si realmente había dejado de escribir, porque todavía existe quien no quiere creer que pueda vivir sin hacerlo. Lo cierto es que me gustaba estar allí rodeada de tantos y tan buenos amigos. Y que me llevo una enorme alegría cuando compruebo que de vez en cuando se siguen pasando por aquella página. Yo quisiera, hoy y ahora, recordarlos a todos ellos -mis queridos paseantes- y con esto ofrecerles un pequeño (pequeñísimo, en esta inmensidad) homenaje. Aunque como sé que no debo hacerlo, porque sigo aquí de incógnito casi total, me sumo al de todos los amigos de rafa, porque yo también, aunque en silencio, soy de las que disfruta y se entretiene leyendo a diario lo que hoy dice el periódico.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Secretos y mentiras. (I)


La última de las cosas en llegar -a finales de verano, cuando ya pensaba que no la iba a recuperar y violada y saqueada, como no podía ser de otro modo- fue su caja de los secretos. Allí guardaba no las cosas que no debían ser descubiertas, que nunca las había habido, sino las que, de alguna manera y por diferentes razones, en su momento habían significado algo especial para ella. Había tenido varias a lo largo de su ya a estas alturas larga vida que se fueron perdiendo (o cambiando de lugar y de dueño, que nunca tuvo muy claro qué había pasado en realidad con ellas) en las que iba atesorando tanto pequeños tesoros como deliciosas intimidades traducidas en palabras torpes que no quería olvidar. Esta última la compró al poco de mudarse a la última casa que compartió con su cari, en la que todos tenían su rincón propio excepto ella. Regresaba de una desagradable experiencia de separación, traumática por las presiones a las que tanto ella como la nena se habían visto sometidas y que acabó con un tratado de paz condicionada, que los años y los actos posteriores demostraron ser algo menos que una declaración de intenciones escritos no sólo con tinta invisible sino además sobre papel mojado.

Como en aquellos momentos no disponía de la experiencia que ahora tiene y porque llegó a creerse todas las mentiras, la compró grande para que cupiesen en ella muchos años. Parecía que al fin habían llegado al lugar definitivo y en la compañía adecuada, así que imaginaba tiempo infinito por delante antes de verse en la necesidad de cargar con ella para afrontar la siguiente etapa. El destino, como siempre, se ocupa de poner las cosas en su justo sitio, que, esperaba no estar equivocada de nuevo, debía ser donde se encontraba ahora. Pero esa es otra historia. La cuestión que interesa es que el día que salió huyendo de esa casa, con tan sólo una maleta en la que apenas si cabía algo de ropa y unos cuantos libros, tan sólo le quedaba una mano libre y la ocupó apretando fuerte la de su hija. Atrás quedaba todo lo que no podía llevarse y, aunque no quiso ni pensar en ello, por primera vez cerró la caja con su llave y la abandonó en un lugar que consideró tan poco adecuado que a duras penas si sería descubierto, con la esperanza de que algún día en que lo pillara despistado, la nena pudiese hurtarse a la curiosidad de su cari y consiguiese recuperarla para ella. Aunque nunca hasta que la trajo le había hablado de la caja. Ni de los secretos. Ni siquiera de las mentiras.

El curso de la vida hizo que él desmantelase la casa para su propia mudanza y así, imaginaba que con gran regocijo por su parte, encontró algo que no esperaba. Qué hubiese querido descubrir en su interior es algo que, aunque sabía con certeza, de momento no le interesaba. El simple hecho de forzar la cerradura y revolver entre los papeles y las fotografías ya le asqueaba lo suficiente como para no detenerse en ese acto tan miserable como cobarde. Cuando su enorme caja de los secretos volvió a sus manos y comprobó que no sólo había sido abierta a la fuerza sino que además habían desaparecido algunas cosas, tuvo que hablar con la nena de un asunto en el que hubiese preferido tener la capacidad de mentir para que no se sintiera decepcionada.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Palabras perdidas.


"Cuanto más intensa, más elevada, más refinada y exquisita sea la sensación física, ya se trate de dolor o de éxtasis, menos capaces de describirla son las palabras". P. D. James. (La hora de la verdad)

Tengo un diccionario. En realidad tengo varios, pero uno es el que cojo entre mis manos con más asiduidad. Me aseguraron cuando lo compré que encerraba entre sus páginas todas esas palabras que las más de las veces no acertamos a pronunciar. Que teniendo una idea de lo que se quiere decir se llega -saltando de término en término con un cierto orden- a encontrar el vocablo adecuado, ese que expresa casi con exactitud lo que unos minutos antes se había pensado o sentido en abstracto y que nos es necesario concretar.

Llevo varios días buscando esas palabras y no las logro encontrar. Lo peor es que me siento tan huérfana de ellas que es más como si no las hubiera tenido nunca que como si las hubiera perdido para siempre.

martes, 4 de noviembre de 2008

Errores.


Los errores hay que reconocerlos y yo ayer tuve una agotadora sesión de eso. ¿Me siento mejor ahora? No. Ha cambiado el estado de ánimo pero no ha sido para mejorar. Simplemente ha cambiado de malo a casi peor, aunque con unas perspectivas diferentes. ¿Significa eso que todavía puede cambiar? Tampoco. No al menos mientras no sea del todo consciente de la manipulación a la que siento que he sido sometida. Sin crueldad pero sin misericordia. La ofuscación me ha impedido darme cuenta hasta que, intentando aclarar conceptos antes de entrar en confrontación, se ha revelado la realidad inesperada. La responsabilidad es mía en última instancia. La asumo y con ella mis errores.

Hubiese peleado por defender esa verdad que yo creía irrefutable. Ahora me dejaría apalear por haber estado tan ciega y tan ausente, por haberme dejado enredar en esa trampa en la que yo misma al parecer había puesto el cebo. Me rindo. Ya se puede recoger el botín y enterrar a los muertos.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Mi tiempo y mi espacio.


Algunas tardes, ya anochecido y ahora que empieza a refrescar, redescubro el placer del agua. De la bañera llena de agua caliente y aromatizada con cualquiera de las sales que compré hace unos meses en la jabonería que abrieron en el centro comercial.

Su preparación, con el tiempo, se ha convertido en toda una ceremonia. Aviso a meri con tiempo suficiente para que acapare toda mi atención antes de que mi cuerpo y mi mente se desconecten. Abro el grifo del agua caliente y la dejo correr hasta que alcanza la temperatura que me parece adecuada. Entonces, y no antes, es el momento de poner el tapón de manera que no se pierda ni una gota. Cierro la cortina de baño para que se vaya creando una atmósfera vaporosa y me siento a escuchar cómo va cayendo, porque el sonido, aunque pueda parecer una obviedad, es cambiante. Cuando calculo que va por la mitad, elijo de entre todos los frascos las sales que ese día me pide el cuerpo, abriendo apenas el tapón de corcho. Con una cucharilla tomo la cantidad que me parece suficiente y la esparzo con delicadeza por la superficie del agua, que va cambiando de color, de aroma, incluso de textura. Y empiezo a desnudarme, despacio, delante del espejo que poco a poco se va empañando. Compruebo que lo tengo todo a mano. La esponja, la toalla y el albornoz, la alfombrilla y las zapatillas de rizo y, más que meterme en el agua, me deslizo entre polvos casi mágicos. Antes de que rebose, ya completamente sumergida, cierro el grifo. Cuando he conseguido la postura más cómoda, estirando músculos y relajando articulaciones, apoyo la cabeza en el borde y cierro los ojos. De repente me encuentro flotando en un ingrávido mundo de humedad y silencio que sólo rompe el chapoteo de la esponja cuando absorbe agua para ser derramada por todos los rincones de mi cuerpo. A partir de ahí, me dejo llevar... Es como alcanzar el momento zen que llevas días, semanas, meses, incluso años, esperando.

La bañera no es muy grande, pero es mía, es mi espacio. Y el tiempo que dura mi baño no suele ser demasiado, pero ahora que he conseguido que nadie rompa ese momento de abstracción, de comunión con mi cuerpo, también es mío y como el oro lo estoy valorando.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Conectando...


Bloguear desde la oficina no es sencillo. No sólo porque los pecés son compartidos y a duras penas si se pueden borrar todas las huellas, sino tanto más porque el teclado del que me pilla más cercano -el que suelo usar a diario- es antiguo, duro y lento, con lo que va frenando tanto lo que escribo como lo que al mismo tiempo pienso.

Esta tarde es de las de recuperación. Recuperación del tiempo que no puedo dedicarle a la empresa en horario de mañanas porque he de atender a asuntos para mí mucho más importantes que el fichaje en hora. Y no me apetece absolutamente nada ponerme a trabajar en los asuntos que me he dejado pendientes porque de ellos mejor me ocupo mañana con la mente más despejada. Estando sola aquí pocas opciones me quedan, ya que se me ha olvidado en casa el manual de Historia con el que pensaba ayudarme a pasar la tarde mientras me preparaba el tema para la clase de mañana. Internet, además, va tan rápido ahora que nadie más está conectado que es una lástima desperdiciar la ocasión, así que a esto me voy a dedicar las dos horas largas que he de permanecer aquí encerrada mientras contemplo el atardecer -soleado aunque con esporádicos episodios de lluvia- que queda del otro lado de la ventana, abierta a pesar del frío porque hoy he decidido romper con todas las normas establecidas y sacar el paquete de tabaco, dispuesta a fumarme más de uno.

Buscando una imagen para ilustrar y pensando en la lluvia, he recordado la movida de esta mañana y que tengo un par de fotos en el móvil, que no han resultado premiadas en el concurso 'a ver quién consigue la imagen más patética' que se ha organizado aquí esta mañana, al poco de que estuviéramos cada uno más o menos ubicado en nuestro sitio. Y, dispuesta a contar la historia pues tiempo es lo que hoy me sobra, otra asociación de ideas me ha llevado a la petite, a lo que me maravillo con cada una de sus crónicas de oficina, tan gráficas y bien narradas que más que leer parece que se escuchan. Y en la cantidad de anécdotas y tristezas que cada uno de nosotros guarda de todos esos días, horas y minutos que pasamos trabajando (la mayoría de las veces mal remunerados) y que en tan pocas ocasiones encuentran interlocutor para ser contadas.

martes, 28 de octubre de 2008

Entradas, salidas y borradores.


Sólo encuentro spam en la bandeja de entrada de una de mis cuentas de correo. Menos mal que voy animando la de salida de otra de ellas. Incluso la carpeta de borradores, que, aunque no es lo mismo, algún día se vaciará porque me iré atreviendo a darle a la tecla correspondiente que los vaya enviando a sus destinatarios. Por el momento es el único lugar en el que puedo pasar horas y horas a gusto. Esperando. Aunque al mismo tiempo tomando tímidas iniciativas.

domingo, 26 de octubre de 2008

... y quinientas noches.


Mi vecina del piso de arriba parece haberse vuelto loca. Desde hace unas noches nos castiga, hasta altas horas de la madrugada, con una canción a un volumen tan alto que debe poder oírse en toda la manzana. Siempre la misma, una y otra vez repetida como un mantra en la oscuridad y el silencio de las horas nocturnas, que suelen considerarse de sueño y descanso. Lo malo es que esa repetición, esa machaconería obsesiva, me recuerda tanto otra situación vivida hace unos diez años que me ha obligado a recuperar este título que hubiese preferido no tener que confesar, ni en público ni en privado. Porque, a mi pesar, aunque a estas alturas debería estar si no olvidado, al menos archivado, esto no se ha acabado.

sábado, 25 de octubre de 2008

Pollo a la cerveza.


Tenía planes para hoy. Pensaba tomar un autobús por la mañana y pasar el día en casa de mis padres ya que los últimos contactos han sido teléfonicos y de apenas unos minutos cada vez, que el presupuesto no da para más. La lluvia, constante y copiosa, que está cayendo desde ayer tarde - y ya sabes cómo descarga en esta tierra cuando llueve - me ha impedido cumplir con esos planes. No sólo la incomodidad de andar todo el día con las botas y el paraguas y aún así acabar empapada sino las carreteras cortadas que te dejan tirada cuando crees que ya estás a punto de llegar. Que no he podido salir ni a por tabaco, vamos.

También tengo planes para mañana. Comer unas fabes con almejas que va a prepararme mi buena amiga Marta que, aunque mantiene las costumbres british de la juventud, no ha olvidado las asturianas de la infancia y acaba de recibir un cargamento de legumbres de su tierra. Mi rutina de compra semanal, además, suele estar relacionada con los lunes por las tardes, tranquilos y solitarios vayas al mercado que vayas. La circunstancia, por otro lado, de estar a finales de mes, a apenas dos o tres días de ingreso de la nómina mileurista y que significa que apenas queda nada de la anterior me ha llevado a tener la nevera casi completamente vacía. Excepto los restos, esos que van quedando del menú de la semana y que suelen acabar en la basura cuando compruebas que, si no te lo has comido ya, ha pasado su momento.

El martes comimos arroz a la cubana (restito de arroz blanco), el miércoles pollo frito (del que sobraron cuatro trozos) y el jueves un hervido valenciano, con muchas judías verdes y zanahorias, que me gusta que sobren para utilizar de guarnición con un poco de pescado. Así que cuando me ha entrado el hambre he puesto en marcha la parte de imaginación que todavía conservo para estos casos desesperados, he ido abriendo pequeños tuppers en los que descansaban esos restitos que de otro modo habrían sido desechados, y me he preparado un pollo a la cerveza con verduras. Te explico.

Abres un botellín de heineken y le das un par de tragos, al tiempo que picas una cebolleta y la sofríes en una cazuelita en la que has puesto un fondo de aceite de oliva. Cuando esté en su punto, rehogas apenas el pollo que ya tenías frito, le añades las verduritas cortaditas y lo riegas todo con la mitad del botellín de cerveza. El resto te lo sigues bebiendo. Cortas una patata mediana en pequeños tacos y los fríes en una sartén con aceite bien caliente mientras se va evaporando la cerveza que has añadido al pollo. Al servir, como todavía queda un poco de líquido, lo meclas todo con el arroz blanco. Y si, degustándolo, te paras a pensar que has preparado una deliciosa comida con recortes que habías guardado sin saber si podrían ser reutilizados, qué no vas a ser capaz de hacer con todos esos retazos de tu vida que creías ya superados y olvidados.

viernes, 24 de octubre de 2008

Estudiando.


Un aula pequeña, poco equipada y mal ventilada. Un profesor sin muchas ganas aunque con bastantes ideas. Verborrea para esconder que no imaginaba que alguien (yo) iba a asistir a su clase, por lo que no se había preparado absolutamente nada. Saltar de un tema a otro aunque, eso sí, todo relacionado con la asignatura. Compromiso de que el próximo jueves, que me ha emplazado para la tutoría junto con los alumnos de Políticas, se lo habrá tomado un poco más en serio.

Ese podría ser el resumen de mi primera experiencia universitaria después de más de veinte años. Y no, no fue exactamente como me imaginaba, pero estoy casi convencida de que irá mejorando. Mientras tanto, yo sigo a lo mío, intentando estudiar -aunque he de reconocer que me está costando muchísimo- al menos un par de horas diarias. En las que me esfuerzo en concentrarme a pesar de que no siempre lo consigo. Y, como a todo procuro encontrarle ventajas, más que en el semi fracaso de no conseguir esa concentración tan necesaria para ir fijando conceptos, valoro el triunfo de no estar reconcomiéndome con otros temas que acabarían por sorberme las pocas neuronas sanas de las que a mi edad se suele disponer. Porque eso ya lo he convertido en una gran victoria.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Melancolía sangrante.


El estado físico de mi madre va mejorando poco a poco. También el anímico, cosa que me alegra más que ninguna otra. El mío, por el contrario, parece estar ahora mismo en decadencia.

Después de tantos y tantos meses inmersa en un proceso de rupturas constantes, es en estos días cuando empiezo a sentirme un poco huérfana. Y no de afectos, que los vengo conservando y acrecentando según va pasando el tiempo y se van sumando nuevos miembros a mi no demasiado larga lista de amistades -aún siendo virtuales- sino de mí misma. Porque me da la sensación de que no estoy siendo honesta conmigo, que me voy alejando del claro propósito que me había marcado, que me estoy abandonando a la nostalgia y a la melancolía típicas de un corazón roto, que puede conducirme sin remedio a la falsa ilusión de un enfermizo enamoramiento sin ningún sentido ni futuro. Han sido demasiadas conversaciones sobre esos únicos tema y personaje, demasiadas lamentaciones por los últimos acontecimientos, demasiados recuerdos sacados a flote desde la parte más oscura de mi personal infierno. En ciertos momentos incluso se podría dudar de mi cordura. Así lo ha hecho meri en un par de ocasiones, en el transcurso de alguna de nuestras largas tardes de sofá, confidencias, palomitas y lágrimas. Ambas estamos ahora abriendo los ojos a nuestras propias experiencias personales, que habíamos mantenido en un secreto que, pudiendo parecer incomprensible, se había convertido en nuestra única arma de superación de las diferentes crisis por las que hemos ido pasando, juntas o por separado.

Por fortuna creo que hemos llegado a tiempo para no permitir que la situación, ahora que al parecer somos capaces de verbalizar y compartir nuestros sentimientos -las más de las veces encontrados- nos acabara distanciando. Aunque no puedo dejar de reconocer que el haber tenido que asumir el papel de defensora de una causa en la que no creo ha mermado mi objetividad y mareado mis sentidos, hasta el punto de no poder distinguir con claridad cuál es mi verdadera posición y si no me estaré imaginando esa melancolía que ya me está sangrando.

jueves, 16 de octubre de 2008

Casi de vuelta.


En la casa de mis padres las cortinas siempre están echadas y el teléfono no para de sonar.

Desde que me convertí en usuaria asidua de internet ha sido la primera semana de mi vida en que no he echado de menos poder estar conectada. Aunque creo que tal acontecimiento extraordinario ha ocurrido porque no he tenido ni un minuto de tiempo para estar conmigo y con mis propias cosas. Volví anoche físicamente pero mi espíritu todavía sigue vagando detrás de esos visillos y no acaba de reunirse del todo con mi cuerpo. Un poco de tiempo. Creo que necesito todavía un poco de tiempo antes de llegar a la descompresión absoluta y satisfactoria. Porque los días pasados entre médicos, enfermeros, medicamentos y camas de hospital -aunque estén en casa de los padres de una, territorio familiar y entrañable como ninguno- vienen a ser como una abducción en la que te ves transportada a otro mundo, desconocido y en absoluto deseado, del que no puedes huir por mucho que lo estés necesitando.

jueves, 9 de octubre de 2008

Conflictos.


Los pequeños conflictos me agotan. También lo harían los grandes, supongo, pero esos no son de los que aparecen a diario. Sin buscarlos, sin provocarlos siquiera, me veo a menudo en el centro de ellos porque van surgiendo a mi alrededor entre personas con las que, conviva o no, resultan de alguna manera determinantes en mi día a día. Si lo pienso bien me doy cuenta de que esta situación no es nueva, que desde hace muchos años -posiblemente debido a mi carácter conciliador- me he visto involucrada, si no en la solución, sí al menos en la negociación de muchos de ellos. Intentando mantener unos parámetros, aunque no en la mayoría de los casos de afecto, al menos de normalidad en las relaciones entre las personas que se veían afectadas por ellos y que, dadas las circunstancias, resultaban inevitables. Yo misma en muchos de los casos. Que no he sido capaz de mantenerme al margen, vamos.

Y de vez en cuando necesito una tregua. Ahora mismo la necesito como el respirar. Porque estoy un poco harta de recibir todas las quejas, de ser depositaria de todas las reclamaciones, incluso de las que no tienen absolutamente nada que ver conmigo. Empiezo a exigir que se dirijan a quien corresponda, a quien con su actuación irresponsable está provocando todas estas situaciones incómodas y difíciles. Contra las que yo no puedo no sólo luchar sino ni siquiera aconsejar porque, a pesar de de encontrarme teóricamente fuera de ese asunto, lo cierto es que estoy tan involucrada como la que más. Aunque yo misma no debería permitírmelo.

Y he de mantener una postura rígida, me cueste lo que me cueste, porque en estos momentos mis prioridades son otras y no voy a consentir que el capricho de personas de alguna manera ajenas se interfiera en lo que sé que debo hacer, que tengo obligación moral de hacer, que quiero hacer. No es lo que deseaba para una semana de vacaciones pero ha de pasar por mí y no necesito que nadie, ni siquiera meri, para la que he encontrado el acomodo más adecuado, me lo ponga tan difícil.

Hoy es festivo en esta tierra y está siendo un auténtico día de perros. No sólo por la meteorología -viento desaforado y lluvias torrenciales- sino porque además los dioses parecen haberse puesto de todas todas en mi contra y no me permiten ir cerrando puertas ni ventanas. A su merced. En estos momentos me encuentro totalmente a su merced.

domingo, 5 de octubre de 2008

Dame tu mano.


"Coger de la mano a un ser querido puede calmar las neuronas sometidas a estrés."

Esta es una de esas frases que se copian -inmediatamente después de ser leídas, no vayan a ser olvidadas o mal recordadas- en el primer papelillo que se tiene a mano y que, cuando encuentras buscando cualquier otra cosa, te resulta tan familiar que no puedes más que esbozar una sonrisa y rememorar todos esos momentos en los que una mano (su mano) te ha aliviado más que el mejor de los antidepresivos de todos los males del mundo.

La frase en cuestión venía como titular de una de esas noticias de neurociencias que apareció hace tiempo en la prensa (lo del tiempo lo deduzco por el colorcillo un tanto desvaído que tiene ahora la tinta con la que en su día lo escribí) y refiriéndose a 'parejas felizmente casadas', aunque para mí tuvo sentido en otra clase de parejas, la que formamos meri y yo desde que nació y que a pesar de que no siempre puede calificarse de feliz, mantiene viva la confianza, la complicidad y el cariño, que me pide que me siente cerca de ella en el sofá para que nos alcancemos, que, cuando se acuesta quiere que le dé la mano hasta que se duerma, y sobre todo que, cuando se siente angustiada por algún motivo, busca, antes de explicarme -incluso algunas veces, en lugar de explicarme- el calorcillo de mi mano porque sabe que, para ella, siempre está tendida. Y ese contacto, las dos lo sabemos, no sólo alivia a la que padece la angustia.

Ella, además, ahora que está descubriendo esos sentidos que van despertando con la adolescencia, y que no ha leído el artículo, es también consciente de ese poder tranquilizador del contacto, de la caricia de los dedos entrelazados y algunas veces incluso me ha preguntado si sólo funcionará con mi mano. A mí me gustaría engañarla, decirle que sí, para conservar la exclusiva de esos deditos que se mueven entre los míos, pero sé que no debo hacerlo. Así que le digo todo lo contrario. Que aunque ahora sigamos manteniendo esa actitud cariñosa cuando estamos juntas y solas, por desgracia para mí llegará el momento en el que preferirá otras manos, otras caricias, otros dedos con los que entrelazar los suyos. Y se ríe burlándose de mí como si no lo creyese, aunque en el fondo sabe que tengo tanta razón como cuando le decía que un día crecería hasta ser más grande que yo y entonces ya no podría llevarla en brazos.

Así que ahora aprovecho todos esos momentos de manos juntas porque sí, pero también porque además sé que a las dos nos alivia sentirnos unidas por ese eslabón que, pareciendo frágil, une más que la más fuerte de las cadenas.

jueves, 2 de octubre de 2008

Ella.

Cabeza de mujer. Michael Morris.

Casi cada noche, justo antes de caer en un profundo sueño (sí, vuelvo a dormir como solía cuando no tenía preocupaciones, compacta y profundamente, desde que me acuesto hasta que, unas pocas horas después, suena el despertador) me digo a mí misma que la última vez que he mirado la foto ha sido precisamente eso, la última vez. Aunque luego, por la mañana recién levantada, es casi lo primero que hago al encender el portátil para echar una ojeada rápida a la prensa del día. La sigo encontrando tan abstracta e irreal como el primer día. Me parece tan poco creíble, tan falta de sinceridad como me la había imaginado, por lo que cada vez me cuesta más comprender. O no, quizá desde que la vi por primera vez entendí por qué y cómo había llegado a ocurrir todo, ya que lo que más salta a la vista es la falsedad e hipocresía que sin gran esfuerzo se adivina desde cada ángulo de la imagen.

No es más que una foto robada. Como tantas otras que circulan por ahí, aunque ésta la guardo para mí sola.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Y ahora esto.


Una tarde de sábado gris, fresca y lluviosa (el más típico de los primeros sábados de otoño, vamos) puede ser un momento tan bueno como cualquier otro para empezar a estudiar, aunque preparar la puesta en escena te lleve más tiempo del recomendado en cualquier manual.

Una camiseta varias tallas grande, unas cómodas y gastadas mallas que me permitan libertad de movimientos y me calienten al tiempo, gruesos calcetines porque el ambiente está húmedo y ya no se puede andar descalza... El libro por estrenar, fluorescentes de casi todos los colores, pilots en negro, rojo y azul por si resultan necesarios, post-it en forma de banderitas para señalar cualquier página a la que se deba volver en caso de emergencia, un cuaderno con todas las hojas en blanco, lápices recién afilados para el primer subrayado... todo ello lejos de la ventana y el portátil, encendido para poder escuchar música mientras se bajaba la película que quería ver anoche con un bol de palomitas, para evitar distracciones.

Sociología. Después de pensarlo detenidamente y porque no me mueve más que mi propio interés en unos estudios que no espero hacer servir para nada material en mi curriculum laboral, me he matriculado en Sociología. Apenas dos asignaturas (las que me han parecido más sencillas a priori) y otra que me convalidan de la carrera que comencé hace ya tantos años que me costó, cuando rellenaba el impreso de la matrícula, recordar el de mi ingreso en la Universidad.

Resultó una tarde entretenida e intensa, aunque apenas si acabé de leer muy por encima el primer tema. A ese ritmo sé que es imposible conseguirlo pero estoy lo suficientemente animada como para seguir con el entrenamiento. Lo dejé cuando me aburrí con el autoconvencimiento de que hoy volvería a intentarlo. En otra solitaria tarde gris, fresca y lluviosa. Aunque a estas horas ya estoy un poco en alerta, a la espera de meri, que en cualquier momento puede volver -de cualquier humor- después de sobrevivir a este primer fin de semana en la nueva casa compartida con la novia de su padre, que no le interesa nada.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Sonrisas y lágrimas.


Tuve que hacerme fotos para el carnet de facultad. No me gustan los fotomatones, así que acudí al estudio de un fotógrafo profesional, que me hizo pasar al recinto en el que se perpetran esos menesteres. Un lugar totalmente aséptico, pequeño y estrecho, paredes blancas, banqueta negra, un par de focos, una impresora y una sofisticada cámara montada en un trípode. De entrada, cuando ya una vez sentada me dirigió el foco a la cara, masculló que le molestaban mis gafas. Bueno, eso no tenía remedio, así que debía arreglárselas como fuese para que yo saliese en la foto con las gafas puestas y los menores reflejos en ellas. Se le ocurrió, supongo que no por primera vez, pues no seré la única miope que acuda a hacerse un par de fotos, colocarlas en una posición distinta. Tampoco le convencía, así que me tuvo más de diez minutos cambiando de postura la cabeza, subiendo y bajando la barbilla, (ahora gira un poco a la derecha, así, no, menos, un poco a la izquierda sin levantar tanto la cabeza, no, no muevas el cuello, no mires directamente a la cámara, levanta un centímetro, no, tanto no, menos, muévete, que no salga el reflejo...) hasta que, queriéndome hacer creer que ya estaba satisfecho aunque su gesto indicaba claramente lo contrario, y pidiéndome una sonrisa, hizo el primer disparo. Que me asustó, coño. Y cerré los ojos. La foto, por supuesto, no servía. A pesar de la sonrisa. Durante los siguientes minutos, que a mí me parecieron eternos, estuvo pidiéndome sin descanso que sonriera, pero de verdad, que separara los labios, que iluminase los ojos -supongo que para contrarrestar los reflejos que en ningún caso iban a ser evitados- hasta que se rindió, al comprobar que ese día no iba a conseguirlo. Pasé un mal rato porque, mientras él insistía, yo pensaba en los meses y meses que había estado entrenándome para, al fin aunque después de muchos esfuerzos, conseguirlo de manera que resultara poco artificiosa. Y en los pocos días que me había costado perder todo ese trabajo. Así que cada vez se me iba frunciendo más el ceño aunque, eso sí, iluminándose los ojos, debido a las lágrimas que ya se estaban formando. Pero no podía abrir la boca, aquello no era una sesión de terapia, sino tan sólo un intento de conseguir dos fotos que me pedían para el carnet de la facultad. Y se notó en los resultados. Hubo tres intentos más, con renovadas peticiones de sonrisas que no surgían, más movimientos mecánicos de cuello y después, imagino que cansado del trabajo que le estaba dando para una ganancia miserable, lo dejó estar y me dio a elegir, entre las cuatro instantáneas que había conseguido, la que iba a imprimir para satisfacer mi encargo.

Deseché la primera sin mirarla siquiera por razones obvias. Y en las otras descubrí a una persona a la que apenas conocía. Hace muchos años que he conseguido, a base sobre todo de entrenamiento, no verme la cara cuando tengo necesidad de mirarme en el espejo. Con el pelo tan corto que llevo y sin tener que comprobar los resultados de maquillaje alguno no es imprescindible detenerse en detalles, por lo que las ojeadas son rápidas, apenas para comprobar que no quedan restos de dentífrico alrededor de los labios. Así que en el momento de tener que enfrentarme a mi propia imagen inmortalizada para siempre en aquellas fotos para el carnet de facultad, me encontré con el rostro de una mujer que no sólo lucía una media sonrisa más falsa que un billete de euro sino además unas ojeras de esas que a mí me preocupan cuando las descubro en la cara de alguna persona que me importe, por poco que sea. Y entonces, decidida por la última de la serie, porque la decisión era algo inevitable, sólo pude pensar dos cosas que no tenían nada que ver una con la otra: por qué resulta casi obligatorio sonreír cuando vas a salir en una foto y por qué nadie de los que pululan a diario a mi alrededor me había dicho que presentaba un aspecto tan lamentable y enfermizo.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Education for citizenship.


En este País (Valenciano aunque podría ser de Nunca Jamás) y a unos más que a otros, nos gusta ir un paso por delante. Con ese fin, cada vez que nos convocan a unas elecciones solemos votar a los políticos que se postulan más modernos, valientes y rompedores. A lo largo de los cuatro años de su mandato les animamos a plantearse polémicas ficticias en las que puedan, desde la portavocía de cada partido, dar sobradas muestras de esas superiores inteligencia y categoría moral que les ha llevado a ocupar tan altos y dignos sillones. Y no tienen por costumbre defraudarnos.

Así, mientras en otras Comunidades Autónomas la batalla es cargarse una insignificante asignatura de los planes de estudio oficiales y obligatorios, nuestro President, con la elegancia y cosmopolitismo que le caracteriza, afirma que aquí, donde somos más europeos (incluso más americanos) que ninguno y donde, a base de grandes eventos nos codeamos a diario con la crème de la crème – que, como es bien sabido, no habla en valenciano y a duras penas si lo intenta en castellano – la insignificante asignatura no sólo se impartirá incluso en los mejores colegios, sino que además se dará en nuestra tercera lengua, que como todos sabemos, es el inglés, idioma que nos enseñan en los colegios desde el mismo día en que pisamos por primera vez un aula.

La oposición, oponiéndose como es su costumbre, entra al trapo y hace una contrapropuesta, sin ser consciente de que les está hurtando a nuestros hijos la opción de una educación como de colegio privado, sin tener ni la necesidad de llevar uniforme siquiera. Aunque yo creo que ahí se equivoca, pues esa materia ya tiene (de nuevo) lengua oficial, y no será precisamente nuestro President quien acceda a cambiarla.

Este post lo escribí (y publiqué en otro sitio) hace justo un año. La asignatura -y con ella la falsa polémica surgida de todos sabemos dónde- sigue estando a día de hoy tanto en el candelero que el tema, ahora que no estoy demasiado inspirada, puede darme incluso para una serie. Así las cosas, y aprovechando que mi adolescente está metida de lleno en la asignatura y tengo información de primerísima mano, seguiremos informando.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Me baja la serotonina.

Otoño. Patricia Viot.

La jefa y yo, después de un complicado, caótico y perfectamente olvidable verano, estamos agotadas. Hablamos de eso todas las mañanas mientras nos tomamos un café antes de programar las tareas de la jornada, asustándonos la una a la otra con la llegada del melancólico otoño y lo poco preparadas que estamos para recibirlo. Dicen que el otoño es pródigo en depresiones, no ya tanto porque significa la vuelta a la lucha de los once meses de trabajo (mal) remunerado sino porque se nos va apagando poco a poco la brillante luz del verano. Y con las sombras, según ha leído ella en algún artículo de alguna revista científica de las que tiene el disco duro del ordenador repleto, baja el nivel de serotonina. Que al parecer es la responsable última de nuestros diferentes estados de ánimos. Dicen también que debido a esas depresiones otoñales, las personas afectadas reducen la energía y la actividad social. Y que una de las mejores terapias consiste en desplazarse a algún lugar en el que, en lugar del otoño, esté dando comienzo la primavera.

Ella tenía hoy una cita con su médico para que le recetase algo que la estimulase lo suficiente como para afrontar los próximos meses, que adivina marcados por nuevos (o viejos, que en realidad nunca se sabe) contratiempos y conseguir salir, si no indemne, al menos poco perjudicada. Mañana será mi turno, aunque lo mío creo que es, más que cuestión de receta, de cuponazo de esos de varios miles de euros, que aprendería rápido a gastar en mi propio beneficio. Aunque sé que esa no va a resultar ser mi espectacular salida de la crisis, sino más bien todo lo contrario. Tenía un poco de dinero ahorrado para invertir en una semana de vacaciones (en solitario) -que he guardado como oro en paño- al que le ha sido cambiado el destino. Porque voy a rebelarme contra la depresión con una inyección de energía y actividades sociales: vuelvo a matricularme en la Universidad, y que sea lo que los dioses quieran.