sábado, 8 de noviembre de 2008

Secretos y mentiras. (I)


La última de las cosas en llegar -a finales de verano, cuando ya pensaba que no la iba a recuperar y violada y saqueada, como no podía ser de otro modo- fue su caja de los secretos. Allí guardaba no las cosas que no debían ser descubiertas, que nunca las había habido, sino las que, de alguna manera y por diferentes razones, en su momento habían significado algo especial para ella. Había tenido varias a lo largo de su ya a estas alturas larga vida que se fueron perdiendo (o cambiando de lugar y de dueño, que nunca tuvo muy claro qué había pasado en realidad con ellas) en las que iba atesorando tanto pequeños tesoros como deliciosas intimidades traducidas en palabras torpes que no quería olvidar. Esta última la compró al poco de mudarse a la última casa que compartió con su cari, en la que todos tenían su rincón propio excepto ella. Regresaba de una desagradable experiencia de separación, traumática por las presiones a las que tanto ella como la nena se habían visto sometidas y que acabó con un tratado de paz condicionada, que los años y los actos posteriores demostraron ser algo menos que una declaración de intenciones escritos no sólo con tinta invisible sino además sobre papel mojado.

Como en aquellos momentos no disponía de la experiencia que ahora tiene y porque llegó a creerse todas las mentiras, la compró grande para que cupiesen en ella muchos años. Parecía que al fin habían llegado al lugar definitivo y en la compañía adecuada, así que imaginaba tiempo infinito por delante antes de verse en la necesidad de cargar con ella para afrontar la siguiente etapa. El destino, como siempre, se ocupa de poner las cosas en su justo sitio, que, esperaba no estar equivocada de nuevo, debía ser donde se encontraba ahora. Pero esa es otra historia. La cuestión que interesa es que el día que salió huyendo de esa casa, con tan sólo una maleta en la que apenas si cabía algo de ropa y unos cuantos libros, tan sólo le quedaba una mano libre y la ocupó apretando fuerte la de su hija. Atrás quedaba todo lo que no podía llevarse y, aunque no quiso ni pensar en ello, por primera vez cerró la caja con su llave y la abandonó en un lugar que consideró tan poco adecuado que a duras penas si sería descubierto, con la esperanza de que algún día en que lo pillara despistado, la nena pudiese hurtarse a la curiosidad de su cari y consiguiese recuperarla para ella. Aunque nunca hasta que la trajo le había hablado de la caja. Ni de los secretos. Ni siquiera de las mentiras.

El curso de la vida hizo que él desmantelase la casa para su propia mudanza y así, imaginaba que con gran regocijo por su parte, encontró algo que no esperaba. Qué hubiese querido descubrir en su interior es algo que, aunque sabía con certeza, de momento no le interesaba. El simple hecho de forzar la cerradura y revolver entre los papeles y las fotografías ya le asqueaba lo suficiente como para no detenerse en ese acto tan miserable como cobarde. Cuando su enorme caja de los secretos volvió a sus manos y comprobó que no sólo había sido abierta a la fuerza sino que además habían desaparecido algunas cosas, tuvo que hablar con la nena de un asunto en el que hubiese preferido tener la capacidad de mentir para que no se sintiera decepcionada.

5 comentarios:

CarmenS dijo...

¡Qué momento tan doloroso! Pero quizás la niña entendiera lo que ella le confesaba y si la niña lo comprendía, al individuo que se lo tragara el abismo del olvido

mjromero dijo...

secretos y mentiras, pero mentiras, mentiras? mentiras perversas? o sólo mentiras malas, dañinas?, hay tantas clases de mentiras, las más suaves las mentiras juego...pero estas seguro que no.
¿Y las mentiras tesoro? las que sólo tú conoces?
¿Y que te abran algo muy tuyo? AY, eso me parte el pecho..., me pongo en tu lugar y...
Besos para las dos.

dudo dijo...

La niña seguro que entiende,y aprende a ser más feliz, porque la madre le demuestra su valentía cerrando las puertas que da miedo cerrar, y abriendo las ventanas para que entre ese aire limpio que hace crecer las alas...

Anónimo dijo...

Estaba pensando yo en la cajita de mi bisabuela, imaginando que ese mundo de recuerdos era el mío. Y me duele lo que has escrito.
Precisamente he hablado mucho de mentiras estos días, al calor de mi última entrada, y ahora me encuentro aquí sin saber qué decir sobre ellas.
Ni sobre la niña.
Esperaré los siguientes Secretos y mentiras, a ver si consigo decir algo.

Un beso.

Anónimo dijo...

De todas las cosas, también de las que duelen, y de esas incluso más, se aprende. Y la nena, aunque sea desde la pena, ha aprendido lo que seguramente ya sabía, pero ahora grabado a fuego: lo importante que es tener una caja de secretos propia, lo importante que es tener un ámbito de absoluta intimidad. Y que romper eso, violar ese espacio, es sólo ocupación de miserables. Y cobardes.