sábado, 28 de febrero de 2009

Ausencias. (3)


Llueve. Lleva todo el día lloviendo, y yo lo agradezco porque hoy me apetecía mucho quedarme en casa.

Un sábado, hace cinco semanas, me subí en un autobús porque se me metió en la cabeza que era el momento de conocer en persona humana a alguien con quien hace ya tiempo me había encariñado on line. Durante el viaje -que fue más largo de lo previsto debido a una serie de problemas técnicos en el vehículo- pensé, entre párrafo y párrafo de la novela que iba leyendo, que en realidad todo era empezar. Que hay un grupo de gente conocida, admirada y querida por el mismo método (básicamente blogueril) a la que todavía no he visto, que al menos una vez al mes podría plantearme un viaje de alguna manera iniciático. Sola con mi pequeña maleta en busca de esa persona tan especial que el cuerpo y el alma me piden que vaya a buscar. Incluso me hice un mapa mental de destinos preferentes, aunque tan distantes algunos para los que no bastaría un corto fin de semana. Pero si entonces me lo propuse, posiblemente todo llegará.

Después se torcieron las cosas. Las siguientes tres semanas me subí a muchos más autobuses aunque esta vez me llevaban siempre al mismo destino. Ingresaron a mi madre para una operación que, al no salir del todo bien, hubo que ampliar unos días después y tuve que reorganizar algunas de las cosas primordiales de mi vida. Ahora todo está volviendo a la normalidad aunque yo todavía no tengo el ánimo metido de lleno en la rutina de mi vida real. Estoy cansada, pasiva, desencantada, alterada, incómoda e indecisa. Ausente incluso para lo que debería interesarme de verdad.

viernes, 20 de febrero de 2009

Ausencias. (2)


Estoy poco en casa, apenas un rato cada dos o tres días. La hospitalización de mi madre me mantiene apartada de mis cosas, de mi hija, de este refugio, incluso en muchas ocasiones de mí misma. Como contrapartida, paso muchos momentos con mi padre, con mis hermanas, seres queridos y entrañables a los que en condiciones normales puedo estar semanas y semanas sin ver en persona. Incluso con M., la cuidadora principal de mi madre desde que ella pasó a ser dependiente después de sufrir el ictus, hace ya un año y medio. Ella ha llegado a convertirse en una pieza más -la única imprescindible- en la compleja maquinaria que desde entonces rige de una manera casi perfecta su vida diaria. M. es de esa increíble raza de personas que se crecen con las dificultades, que busca (y encuentra) soluciones, que mantiene y contagia la serenidad cuando más se está necesitando. Y que siempre, incluso en los momentos más solitarios, acompaña sin agobiar, en un segundo plano que no interfiere en la intimidad aunque sin dejar de estar presente del todo. Es una presencia que a todas nos infunde tranquilidad. Y calma en el centro del caos. A la que debemos, incluso, esa unidad que en algunas ocasiones de crisis pudo verse comprometida. Y agradecimiento. Por encima de todo, agradecimiento.

viernes, 13 de febrero de 2009

Ausencias.


Esta semana han concluido los exámenes de la primera parte de las asignaturas en las que estoy matriculada. Me había propuesto no sólo aprobarlas, sino prepararlas a conciencia, con la esperanza de demostrar -sobre todo a mí misma- que todavía queda algo de la estudiante comprometida y responsable que hace algunos años iba superando, con esfuerzo aunque con determinación, cualquier prueba que se le pusiera por delante. El primero fue tan bien que lo consideré un verdadero éxito. Me quité la incómoda materia con dos semanas de estudio bien planificado, en el que iba alternando la lectura comprensiva del libro de texto con la elaboración de resúmenes a mano, a fin de conseguir el suficiente buen material como para dedicarme a casi memorizarlo los días previos al examen. Con el segundo, por el contrario, no tuve tanta suerte. Aunque disponía del mismo tiempo para esa asignatura, que no sólo me gustaba más sino que ya había ido elaborando y resumiendo durante los meses anteriores y a pesar de que en condiciones normales no me hubiese costado demasiado prepararlo, me di de bruces con una serie de efectos colaterales con los que en ningún momento se me ocurrió contar y que vinieron a desmontar mi bien estructurado calendario.

Puedo volver a leer ficción, a ir al cine, a recuperar mis momentos de ocio. Hasta cierto punto. Porque en otros aspectos voy a estar más ocupada, más preocupada, más pillada y más distante. Aunque confío en que no del todo ausente. Y en que el agua irá volviendo a su cauce.