En las últimas semanas -por cuestiones de trabajo que no puedo detenerme a explicar- han pasado por mi mesa en la oficina unas docenas de sentencias de divorcio, la mayoría de las cuales llevaba incorporado un convenio regulador de las condiciones del mismo, que básicamente se suponen económicas y en favor de los hijos menores habidos en el matrimonio. Han sido ésas las que me he detenido a leer, no sólo porque -también por cuestiones de trabajo- eran las que me interesaban sino por curiosidad y afán de hacer comparaciones con el que en su día -hace apenas un año- firmé yo en el despacho de mi abogada.
Recuerdo que, en conversaciones previas y cuando todavía la otra parte no había dado señales de vida, mientras preparábamos la demanda de lo que iba a ser un divorcio contencioso, insistí en que no se mencionase absolutamente ninguna de las motivaciones que pudiera causar malestares a corto o largo plazo y que, en lo tocante a las relaciones del padre con su hija, se intentase ser lo más abierta y flexible que permitiese el ministerio fiscal, que es parte en el proceso cuando de menores se trata. Al fin el redactor del convenio fue el abogado de exposo, cuando se vieron con el agua al cuello de los plazos casi vencidos para que pudiera pasar a ser calificado como de mutuo acuerdo y, aunque perfeccionista como soy, lo encontré carente tanto de estilo como de detalles que hubiese querido ver reflejados y porque me pilló en unos días en los que mi mente estaba en otro sitio donde era nás necesitada, firmé casi sin mirar la primera versión del que me presentaron. Su única condición negociadora, aparte del regateo de cien euros en la cantidad para la pensión -que mi abogada había estimado teniendo tanto en cuenta no sólo nuestros respectivos ingresos sino también los baremos que vienen marcados de oficio- era que yo firmara antes que él, y lo hice entre viaje y viaje, cuando mi madre todavía estaba ingresada en neurología, después del ictus. Sé que podrá parecer mezquino, pero mi prioridad era que aquello se resolviese cuanto antes, tanto para que exposo acabase de ser consciente de que no era un juego como para que empezase a hacerse cargo de los gastos de su hija, cuestión de la que había pasado olímpicamente desde el mismo momento en que meri y yo nos cambiamos de domicilio. Aunque, cuando ella estaba en su casa y a su merced los fines de semana, aún sin convenio, sin acuerdo y sin ninguna relación ni conversación previa, le llenaba la cabeza de fantasías en las que yo era la que le iba a desplumar, razón única y última en su miserable imaginativa del abandono perpetrado sin más motivo que el de joderle la vida.
Ahora, después de haber repasado punto por punto, coma por coma y palabra por palabra los que han ido llegando hasta mi mesa de trabajo, me doy cuenta de que en esa ocasión no debí haber optado por la simplicidad, ni siquiera con la excusa de las prisas, que tenía que haber estudiado la jurisprudencia anterior de todos los juzgados de la ciudad al respecto, que hubiese sido imprescindible dedicar tiempo y esfuerzo a redactar unas cláusulas que, pareciendo inocentes, esconden el verdadero secreto de la mayoría de los convenios reguladores que he conocido en estos días: voy a por ti y que dios te coja confesado.
Recuerdo que, en conversaciones previas y cuando todavía la otra parte no había dado señales de vida, mientras preparábamos la demanda de lo que iba a ser un divorcio contencioso, insistí en que no se mencionase absolutamente ninguna de las motivaciones que pudiera causar malestares a corto o largo plazo y que, en lo tocante a las relaciones del padre con su hija, se intentase ser lo más abierta y flexible que permitiese el ministerio fiscal, que es parte en el proceso cuando de menores se trata. Al fin el redactor del convenio fue el abogado de exposo, cuando se vieron con el agua al cuello de los plazos casi vencidos para que pudiera pasar a ser calificado como de mutuo acuerdo y, aunque perfeccionista como soy, lo encontré carente tanto de estilo como de detalles que hubiese querido ver reflejados y porque me pilló en unos días en los que mi mente estaba en otro sitio donde era nás necesitada, firmé casi sin mirar la primera versión del que me presentaron. Su única condición negociadora, aparte del regateo de cien euros en la cantidad para la pensión -que mi abogada había estimado teniendo tanto en cuenta no sólo nuestros respectivos ingresos sino también los baremos que vienen marcados de oficio- era que yo firmara antes que él, y lo hice entre viaje y viaje, cuando mi madre todavía estaba ingresada en neurología, después del ictus. Sé que podrá parecer mezquino, pero mi prioridad era que aquello se resolviese cuanto antes, tanto para que exposo acabase de ser consciente de que no era un juego como para que empezase a hacerse cargo de los gastos de su hija, cuestión de la que había pasado olímpicamente desde el mismo momento en que meri y yo nos cambiamos de domicilio. Aunque, cuando ella estaba en su casa y a su merced los fines de semana, aún sin convenio, sin acuerdo y sin ninguna relación ni conversación previa, le llenaba la cabeza de fantasías en las que yo era la que le iba a desplumar, razón única y última en su miserable imaginativa del abandono perpetrado sin más motivo que el de joderle la vida.
Ahora, después de haber repasado punto por punto, coma por coma y palabra por palabra los que han ido llegando hasta mi mesa de trabajo, me doy cuenta de que en esa ocasión no debí haber optado por la simplicidad, ni siquiera con la excusa de las prisas, que tenía que haber estudiado la jurisprudencia anterior de todos los juzgados de la ciudad al respecto, que hubiese sido imprescindible dedicar tiempo y esfuerzo a redactar unas cláusulas que, pareciendo inocentes, esconden el verdadero secreto de la mayoría de los convenios reguladores que he conocido en estos días: voy a por ti y que dios te coja confesado.
3 comentarios:
No entiendo nada de esto...pero imagino algo así como vámpiros que se tiran a la yugular...
Uffff...
besos.
Siempre tocando las narices con la pasta. ¡Cuánto tipo despiadado y egoísta!
También hay mujeres que despluman a sus ex, y ellos se quejan de eso y sus voces suenan más que las de las mujeres con apuros económicos.
Tu hija lo entenderá todo cuando vaya creciendo.
Entiendo perfectamente lo que dices. Pero últimamente le estoy dando vueltas a temas de este estilo y creo que el verdadero problema es que la justicia utiliza el lenguaje, que es una herramienta inadecuada para sus fines. En fin, reflexiones chorras e inútiles de las mías :)
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