jueves, 9 de octubre de 2008

Conflictos.


Los pequeños conflictos me agotan. También lo harían los grandes, supongo, pero esos no son de los que aparecen a diario. Sin buscarlos, sin provocarlos siquiera, me veo a menudo en el centro de ellos porque van surgiendo a mi alrededor entre personas con las que, conviva o no, resultan de alguna manera determinantes en mi día a día. Si lo pienso bien me doy cuenta de que esta situación no es nueva, que desde hace muchos años -posiblemente debido a mi carácter conciliador- me he visto involucrada, si no en la solución, sí al menos en la negociación de muchos de ellos. Intentando mantener unos parámetros, aunque no en la mayoría de los casos de afecto, al menos de normalidad en las relaciones entre las personas que se veían afectadas por ellos y que, dadas las circunstancias, resultaban inevitables. Yo misma en muchos de los casos. Que no he sido capaz de mantenerme al margen, vamos.

Y de vez en cuando necesito una tregua. Ahora mismo la necesito como el respirar. Porque estoy un poco harta de recibir todas las quejas, de ser depositaria de todas las reclamaciones, incluso de las que no tienen absolutamente nada que ver conmigo. Empiezo a exigir que se dirijan a quien corresponda, a quien con su actuación irresponsable está provocando todas estas situaciones incómodas y difíciles. Contra las que yo no puedo no sólo luchar sino ni siquiera aconsejar porque, a pesar de de encontrarme teóricamente fuera de ese asunto, lo cierto es que estoy tan involucrada como la que más. Aunque yo misma no debería permitírmelo.

Y he de mantener una postura rígida, me cueste lo que me cueste, porque en estos momentos mis prioridades son otras y no voy a consentir que el capricho de personas de alguna manera ajenas se interfiera en lo que sé que debo hacer, que tengo obligación moral de hacer, que quiero hacer. No es lo que deseaba para una semana de vacaciones pero ha de pasar por mí y no necesito que nadie, ni siquiera meri, para la que he encontrado el acomodo más adecuado, me lo ponga tan difícil.

Hoy es festivo en esta tierra y está siendo un auténtico día de perros. No sólo por la meteorología -viento desaforado y lluvias torrenciales- sino porque además los dioses parecen haberse puesto de todas todas en mi contra y no me permiten ir cerrando puertas ni ventanas. A su merced. En estos momentos me encuentro totalmente a su merced.

4 comentarios:

CarmenS dijo...

Pues a la fuerza, pero cierra esas ventanas. Que no te mojen. No permitas que la lluvia del exterior te impida secarte. Tómate la tregua, aunque sea a la fuerza, porque a los demás les resultará muy fácil descargar sobre ti sus problemas y cuitas, pero para ti es un escollo implicarte en ellos. Sé generosa pero generosa contigo misma. Que te toca.

Anónimo dijo...

Yo supongo que he aprendido a no meter a nadie donde no le llaman, así que nadie me acaba metiendo donde no me llaman.

Lo malo es cuando todo el mundo considera que sí, te que llaman, que debes estar.

mjromero dijo...

Ya sabes lo que dicen de las tormentas... que luego viene el sol... estate atenta para el momento en que llegue hacer lo que quieres.
Un beso

dudo dijo...

uf, lo que agotan, las guerras pequeñitas... casi más que las grandes... espero que puedas hacerte una buena trinchera: coge un par de mantas gordas, un par de almohadas, un par de libros. Una taza de café calentito. O una sopa. Y que vengan. Que no pasarán.