Desear empezar el año con la casa impecable para alguien que -como yo misma- es un verdadero desastre en lo tocante a las tareas domésticas debe tener un significado oscuro en el fascinante mundo de los fetiches y amuletos. El que faltaba para la noche más vieja, vamos, por si no había ya suficientes. Nada de sofisticados ligueros rojos, ni de delicados anillos de oro reposando en el fondo de la más fina copa de cava, ni siquiera los doce granos (pelados y despepitados) de uvas al compás de las campanadas de la puerta del sol. Ayer lo único que me preocupó durante gran parte de la tarde fue la desgana de meterme en una limpieza a fondo y la angustia subsiguiente que tal actitud me estuvo provocando. Incluso estuve a punto de mudarme por una noche a casa de mi madre donde, allí sí, no hay ni una mota de polvo, ni un rincón sin encerar, ni una figura decorativa desplazada del sitio para el que fue elegida. Pero cuando lo pensé ya no quedaban plazas en el único autobús que salía con ese destino, así que tuve que abandonar la idea.
Al final de la noche (o al principio del día, no sé muy bien en qué hora exacta estábamos) resultó que lo único limpio iba a ser el pijama que me pusiera, así que me acosté con la insatisfacción de la tarea por hacer y un cierto arrepentimiento por haber dedicado mis últimas horas libres del año a otras cosas que podía haber hecho en cualquier momento. Puse el despertador para no perderme el concierto de año nuevo y, después de encender la tele y la radio (porque me gusta verlo y escucharlo) he abierto todas las ventanas, deslumbrándome así con el sol que (por fin) ilumina este primer día del año. No ha habido, pues, consecuencias. O sí, porque tenía varios mensajes por leer que me han acabado de convencer de que -pese a todo- a partir de hoy todos serán buenos nuevos días.
Al final de la noche (o al principio del día, no sé muy bien en qué hora exacta estábamos) resultó que lo único limpio iba a ser el pijama que me pusiera, así que me acosté con la insatisfacción de la tarea por hacer y un cierto arrepentimiento por haber dedicado mis últimas horas libres del año a otras cosas que podía haber hecho en cualquier momento. Puse el despertador para no perderme el concierto de año nuevo y, después de encender la tele y la radio (porque me gusta verlo y escucharlo) he abierto todas las ventanas, deslumbrándome así con el sol que (por fin) ilumina este primer día del año. No ha habido, pues, consecuencias. O sí, porque tenía varios mensajes por leer que me han acabado de convencer de que -pese a todo- a partir de hoy todos serán buenos nuevos días.
1 comentario:
La música magnífica para acompañar la nueva hoja del calendario, el sol entrando por las ventanas. Buenos propósitos para el nuevo año y muchas energías para cumplirlos. No es mal comienzo. Te aseguro que yo he hecho cosas esta mañana que anoche no sabía que haría. Los resultados, ¿se verán?
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