Tenía planes para hoy. Pensaba tomar un autobús por la mañana y pasar el día en casa de mis padres ya que los últimos contactos han sido teléfonicos y de apenas unos minutos cada vez, que el presupuesto no da para más. La lluvia, constante y copiosa, que está cayendo desde ayer tarde - y ya sabes cómo descarga en esta tierra cuando llueve - me ha impedido cumplir con esos planes. No sólo la incomodidad de andar todo el día con las botas y el paraguas y aún así acabar empapada sino las carreteras cortadas que te dejan tirada cuando crees que ya estás a punto de llegar. Que no he podido salir ni a por tabaco, vamos.
También tengo planes para mañana. Comer unas fabes con almejas que va a prepararme mi buena amiga Marta que, aunque mantiene las costumbres british de la juventud, no ha olvidado las asturianas de la infancia y acaba de recibir un cargamento de legumbres de su tierra. Mi rutina de compra semanal, además, suele estar relacionada con los lunes por las tardes, tranquilos y solitarios vayas al mercado que vayas. La circunstancia, por otro lado, de estar a finales de mes, a apenas dos o tres días de ingreso de la nómina mileurista y que significa que apenas queda nada de la anterior me ha llevado a tener la nevera casi completamente vacía. Excepto los restos, esos que van quedando del menú de la semana y que suelen acabar en la basura cuando compruebas que, si no te lo has comido ya, ha pasado su momento.
El martes comimos arroz a la cubana (restito de arroz blanco), el miércoles pollo frito (del que sobraron cuatro trozos) y el jueves un hervido valenciano, con muchas judías verdes y zanahorias, que me gusta que sobren para utilizar de guarnición con un poco de pescado. Así que cuando me ha entrado el hambre he puesto en marcha la parte de imaginación que todavía conservo para estos casos desesperados, he ido abriendo pequeños tuppers en los que descansaban esos restitos que de otro modo habrían sido desechados, y me he preparado un pollo a la cerveza con verduras. Te explico.
Abres un botellín de heineken y le das un par de tragos, al tiempo que picas una cebolleta y la sofríes en una cazuelita en la que has puesto un fondo de aceite de oliva. Cuando esté en su punto, rehogas apenas el pollo que ya tenías frito, le añades las verduritas cortaditas y lo riegas todo con la mitad del botellín de cerveza. El resto te lo sigues bebiendo. Cortas una patata mediana en pequeños tacos y los fríes en una sartén con aceite bien caliente mientras se va evaporando la cerveza que has añadido al pollo. Al servir, como todavía queda un poco de líquido, lo meclas todo con el arroz blanco. Y si, degustándolo, te paras a pensar que has preparado una deliciosa comida con recortes que habías guardado sin saber si podrían ser reutilizados, qué no vas a ser capaz de hacer con todos esos retazos de tu vida que creías ya superados y olvidados.
También tengo planes para mañana. Comer unas fabes con almejas que va a prepararme mi buena amiga Marta que, aunque mantiene las costumbres british de la juventud, no ha olvidado las asturianas de la infancia y acaba de recibir un cargamento de legumbres de su tierra. Mi rutina de compra semanal, además, suele estar relacionada con los lunes por las tardes, tranquilos y solitarios vayas al mercado que vayas. La circunstancia, por otro lado, de estar a finales de mes, a apenas dos o tres días de ingreso de la nómina mileurista y que significa que apenas queda nada de la anterior me ha llevado a tener la nevera casi completamente vacía. Excepto los restos, esos que van quedando del menú de la semana y que suelen acabar en la basura cuando compruebas que, si no te lo has comido ya, ha pasado su momento.
El martes comimos arroz a la cubana (restito de arroz blanco), el miércoles pollo frito (del que sobraron cuatro trozos) y el jueves un hervido valenciano, con muchas judías verdes y zanahorias, que me gusta que sobren para utilizar de guarnición con un poco de pescado. Así que cuando me ha entrado el hambre he puesto en marcha la parte de imaginación que todavía conservo para estos casos desesperados, he ido abriendo pequeños tuppers en los que descansaban esos restitos que de otro modo habrían sido desechados, y me he preparado un pollo a la cerveza con verduras. Te explico.
Abres un botellín de heineken y le das un par de tragos, al tiempo que picas una cebolleta y la sofríes en una cazuelita en la que has puesto un fondo de aceite de oliva. Cuando esté en su punto, rehogas apenas el pollo que ya tenías frito, le añades las verduritas cortaditas y lo riegas todo con la mitad del botellín de cerveza. El resto te lo sigues bebiendo. Cortas una patata mediana en pequeños tacos y los fríes en una sartén con aceite bien caliente mientras se va evaporando la cerveza que has añadido al pollo. Al servir, como todavía queda un poco de líquido, lo meclas todo con el arroz blanco. Y si, degustándolo, te paras a pensar que has preparado una deliciosa comida con recortes que habías guardado sin saber si podrían ser reutilizados, qué no vas a ser capaz de hacer con todos esos retazos de tu vida que creías ya superados y olvidados.
2 comentarios:
Tienes un premio en el Manual, guapetona... pasa a recogerlo cuando gustes.
Esta entrada,amiga,no tiene desperdicio alguno,ni la comida tampoco,está claro.
Me ha encantado ese final que has puesto, casi como un postre exquisito de palabras.
Delicatessen mileurista.:-))
Todo genial. Me has puesto una sonrisa en la cara y, espera, que voy a dar otro sorbito...
¿Se acepta una "Buckler"? ;-)Besos,amiga.Buen domingo,sin lluvia a ser posible.:-)
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