Desde que descubrí que servían un café aceptable, que los precios eran asequibles y, lo más importante, que no había ruidosas reuniones, los domingos por la mañana -después de comprar la prensa y el pan- es allí donde me detengo a desayunar y hacer una primera revisión a los periódicos. Suelo coincidir en el momento con una persona a la que conozco desde hace años, una cajera del mercadona que está justo debajo de la oficina, con la que a menudo cruzo unas palabras cuando voy a comprar mi botella diaria de agua mineral. Si nos vemos en la cafetería, a la entrada o la salida de cualquiera de las dos, nos acercamos a la mesa, nos saludamos e intercambiamos un par de frases hechas, sobre el tiempo (atmosférico) o el tiempo que marcan los relojes, del que tan pocas veces disponemos como algo realmente nuestro. Nunca hasta hoy habíamos pasado de ahí.
Esta mañana he bajado más temprano, muy abrigada porque el viento helado, del que oía el estruendo desde la cama antes de levantarme, ha hecho bajar unos cuantos grados la temperatura, que ayer parecía haberse recuperado. Al cambiar de hora, el panorama en la cafetería era diferente. Todas las mesas llenas excepto una, la más pequeña, en la que no cabe ni el periódico desplegado y con sólo dos sillas. En una de ellas he dejado el gran bolso, el abrigo, la bufanda y la bolsa del pan y, sin tener que pedirlo, he esperado a que me sirvieran mi desayuno habitual. Mientras esperaba ha entrado ella, también con el periódico debajo del brazo, ha echado una ojeada y se ha acercado a saludar. No lo he pensado ni medio segundo. He retirado el abrigo, la bufanda, el bolso y la bolsa del pan y le he ofrecido compartir la mesa conmigo. En lugar de leer, podíamos charlar, que ya nos íbamos debiendo una conversación. Ha sido mi desayuno más largo. He conocido -ahora sí- a una persona encantadora con la que comparto experiencias, que hoy nos hemos contado, como el estar divorciadas ambas de una rara especie de hombre, el tener una hija adolescente a nuestras espaldas (durmiendo mientras nosotras charlamos) y que nos han llamado al móvil para reclamar nuestra presencia casi al mismo tiempo. De momento hemos quedado para el próximo domingo -misma hora mismo sitio- que las dos tendremos libre y quién sabe si además de desayunar incluso podemos comer juntas. Mientras tanto, seguiremos viéndonos por las mañanas en la caja de mercadona cuando yo baje a comprar mi botella diaria de agua mineral. Aunque el saludo será ya más cómplice, menos retórico, más amigable, más... confidencial.
5 comentarios:
Genial descubrimiento y desayuno!!!
Besos
Nunca se sabe dónde se puede encontrar una amistad
Te felicito! Pocas veces nos arriesgamos a descubrir a la gente que nos rodea, y no sé por qué. Con lo difícil que es conectar con alguien... cuida bien esa nueva amistad!!
Me alegro mucho. Comodicen por aquí, muchas veces podemos encontrar a alguien donde menos lo esperamos.
Según iba leyendo he sentido que una ola feliz me sacudía la sonrisa, era una sonrisa de complicidad, y de alegría, ojalá sea el principio de una gran amistad.
Besos.
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