martes, 29 de abril de 2008

Doce.


Al fin he recuperado mis sobremesas.

Desde hace tanto que ni me acuerdo, después de comer me sentía obligada a ver Fama ¡a bailar!, porque así aprovechaba casi los únicos momentos en que parecía que meri, mi hija adolescente y yo, conectábamos. Los primeros días me interesaba tanto el esfuerzo físico que les veía hacer a los chiquillos constantemente como la parte que de reality tenía el programa. Era mi primera experiencia y empaticé de tal manera con todos ellos que, básicamente, lloraba. Al tiempo que pasaban los meses fue perdiendo para mí esa inverosímil magia, la que me había enternecido hasta el punto de haberme hecho derramar tantas lágrimas, y perdí casi por completo el interés por lo que iba sucediendo en la pantalla una tarde tras otra. Seguía fingiendo verla con la misma ilusión, sentada en el sillón con el café entre manos, comentando los distintos bailes sin temor a equivocarme demasiado pues una vez conocida la mecánica del programa, repetitivo hasta la saciedad, suponía que podía deparar pocas sorpresas. La cuestión que me interesaba era pasar esos momentos con ella y aproveché la ocasión para -con apenas una pequeña ración de picardía bienintencionada- conseguir ese contacto que tan caro venden en la actualidad los adolescentes. Aunque ese es otro tema.

Como decía, recuperé mis sobremesas. Lo que me lleva al grano del asunto. Esta tarde ha habido una conjunción de circunstancias que me han permitido pasar más horas de las recomendables -sentada en mi cómodo nuevo sillón cortesía del día de la madre- leyendo gran parte de los blogs que ayer por la mañana, en el pc de la oficina, estuve marcando de cerca. Y son tan buenos, se adivinan detrás de las palabras personas tan cultas, tan comprometidas, tan simpáticas, tan dulces y tan estupendas escritoras que casi se me viene el mundo abajo. Porque a ver ahora que me había decidido, qué hacía yo con mi absurda mediocridad rodeada de tanta brillantez.

Una vez más me ha salvado la campana. En la cocina, además de todas las cosas que allí disfruto haciendo, divago y fabulo mientras voy pelando, lavando, cortando, picando, batiendo, mezclando, asando, friendo, cociendo... Es el único lugar de la casa que me pertenece casi por derecho y en el que estoy a mis anchas. Y mientras preparaba la sencilla cena que hace un rato nos hemos tomado he pensado que iba a escribir precisamente esto. Que aunque no sé muy bien por qué y a pesar de que en algunos momentos me siento avergonzada, de aquí, de momento, no me muevo.

3 comentarios:

CarmenS dijo...

Una persona que se expresa con tanta corrección, sensibilidad y precisión, que es capaz de conectar con su niña primero y con otros amigos desconocidos después, no puede ser tachada de mediocre. Ni creer que lo es. En estas entradas estás convirtiendo la rutina diaria de una mujer actual en motivo de disertación, reflexión y conexión. Contigo, con tus anécdotas diarias nos identificamos muchas personas: ¿quién no ha visto un programa de adolescentes con interés por sentirse cercano a sus hijos?
Sigue escribiendo, que verás como van surgiendo ideas, bromas, anécdotas, historietas... Y aquí estamos los demás para leerlas
Un saludo.

Anónimo dijo...

Y ni se te ocurra moverte. A ver qué iba a hacer yo, que en cuanto actualizas ya te estoy leyendo, que he establecido unos lazos extraños, etéreos y medio mágicos con "esa gente de los blogs", de quienes no conozco la cara,pero a veces puedo adivinar el alma...
Besos, desde el día horroroso que llevo, que se salva porque, entre otras cosas, estás tú, tus palabras y la vida que se extiende más allá de esta otra ventana mía, la del pc.

violetazul dijo...

Me repito, pero me gusta tantísimo leerte, e imaginarte en la cocina, que seguro que te desenvuelves tan bien como con las letras.. Y también yo me siento venida abajo al leerte, con tus frases tan bien dichas!
Besos