sábado, 19 de abril de 2008

Dos.


Me duelen las manos porque he pasado toda la mañana limpiando. Me duelen los pies porque he hecho varios viajes al contenedor para deshacerme de todo aquello que ya no quiero que me acompañe.

Los cambios de estación suelen provocarme una angustia tal que voy retrasando el momento de vaciar el armario. No es que me obsesione mi aspecto, pero he de reconocer que el interés que dedico a mi persona ha aumentado de una manera proporcional a los años que he ido cumpliendo. Esa progresión me ha llevado de abastecerme de ropa en los mercadillos más cutres a hacerlo en tiendas en las que encuentro prendas con un estilo poco clásico con esa calidad en los tejidos que sólo se nota cuando las llevas rozando diariamente tu piel. Debido a todo lo que dejé atrás y jamás recuperaré (ahora ya estoy segura de ello) confiaba en una transición cómoda aunque, eso sí, demasiado cara para mi situación actual de cabeza de familia monoparental. Porque, aunque he recuperado mi salario completo (junto a mi horario completo) y exposo le pasa una ridícula pensión por alimentos a la hija que tuvimos, todos los gastos (demasiados gastos) corren de mi cuenta y mi cuenta actualmente no da para demasiadas alegrías. Aún así, había ido apartando unos pocos euros desde hace unos meses para, al menos, tener con qué vestirme cuando llegara -porque tenía que llegar- la primavera con sus resplandecientes, largos y cálidos días.


Esta tarde, después de un reparador y agradable baño, que no sólo ha borrado las huellas del polvo que se había ido acumulando sino también las de las lágrimas derramadas mientras iba desechando objetos y papeles con los que ya nunca jamás me enfrentaré, he salido de compras. Con buenas intenciones. Y con el respaldo de la Visa que llevaba meses escondida en el rincón más inaccesible de mi nueva casa.
He deshecho los paquetes, he extendido encima de mi enorme cama todas y cada una de las cosas que he comprado y me he pasado muchos minutos mirándolas. Me siento tan satisfactoriamente agotada que de momento no las voy a guardar. Esta noche dormiré poco, porque la pasaré en la leonera en la que ha convertido meri la habitación que le corresponde, pero despertaré reinventada en otra -del modo en que me despierto últimamente cada mañana- la que conservando la memoria ha decidido dejar atrás el pasado. Muy atrás, justo donde le corresponde estar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eso ayuda. Quiero decir, incorporar prendas nuevas, eliminar las antiguas. La que eras antes nunca se había puesto la ropa que ahora tienes ahí. Ya no te pondrás cosas que te ponías antes.
No sé cuánto tiempo hace que no me compro nada. Y miedo me da, porque todo este tiempo, entre otras cosas, no hace más que ponerme kilos encima...