domingo, 30 de noviembre de 2008

Rosa cielo.


Estábamos viendo una película en la tele. Después de comer nos gusta bajar la persiana hasta quedar en penumbra y, ella tirada en el sofá y yo en uno de los sillones, dejarnos llevar por las luces, las voces y los movimientos que emanan de la pequeña (apenas diecinueve pulgadas) pantalla. Medio adormiladas porque solemos madrugar, medio vemos medio oímos cualquier cosa que a los programadores se les haya ocurrido para acompañar nuestra media siesta diaria.

Hay un anuncio muy malo en el que aparece alguien al que, para parecer pijo, en vestuario le cuelgan de los hombros un par de jerseys, uno azul y otro rosa, que nos hizo mucha gracia la primera vez que vimos. No porque la tuviera, que no, sino por mi comentario de que le quedaba tan bien el jersey azul cielo como el rosa cielo. 'Rosa cielo' desencadenó una tormenta de carcajadas en meri al pensar que, queriendo hacer una gracieta, me había equivocado. En aquel momento le aseguré que algún día podría demostrarle que ese color existe, y es algo que le gusta recordarme de vez en cuando. Esta tarde -obedeciendo a un impulso- he levantado la persiana y la he hecho asomarse. Lo teníamos delante de nuestros ojos. Rosa cielo en una tarde gloriosamente otoñal para el último día de noviembre.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Los cristales de las gafas.


Para días como el de hoy -de los que todos tenemos más de uno a lo largo de nuestras vidas- alguien debería inventar unas gafas autolimpiables. Porque pasarse toda la mañana con los cristales empañados a causa de las lágrimas, por felices y emotivas que éstas sean, resulta bastante incómodo. Aunque en algún momento de desesperación porque no recuerdas dónde te has dejado olvidado el pañito de limpiarlas, te haga incluso reír a carcajadas.

Han sido tantos y tan sinceros los mensajes, las llamadas, los regalos, los besos y los buenos deseos que sólo me queda dar las gracias.

El calendario dice que hoy cumplo 54. Yo, que no acabo de creérmelo, aún así voy a soplar las velas. Deseando entrar en otro año que, al menos, me ofrezca la misma cosecha de amistades que éste ya pasado.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Hace tanto frío.


Tomo café con leche y fumo mientras, aún con las ventanas herméticamente cerradas, siento la lengua fría del viento que sopla ruidosamente en la calle erizándome los pelillos de la nuca. A pesar de haberme puesto una dulce bufanda para cubrir el cuello es precisamente por ahí por donde se cuela el escalofrío.

Podría dormir toda la mañana y sin embargo mi cuerpo se despierta temprano, la ansiedad me empuja fuera de la cama y poco a poco voy perdiendo el calor que he ido acumulando durante toda la noche, apretujada en la cama contra el cuerpo de meri. Adoptamos la misma postura todas las noches, perfectamente acopladas como si formáramos parte de un puzzle de apenas dos piezas, milimétricamente ensambladas.

Se acaba mi semana de vacaciones en la que, a pesar de no suceder nada extraordinario, he disfrutado de pequeñas sensaciones que no estaban previstas en mi plan de viaje. Hace tanto frío, ha llovido tanto, que las horas se arrastran sin salir apenas de casa. Eso no impidió, no obstante, que ayer por la mañana me abrigase y saliese a enviar, después de empaquetarlo cuidadosamente, el regalo de cumpleaños para mi preciosa y pelirroja amiga del norte. Aproveché la salida, por otro lado, para buscar mi autorregalo, que en los últimos días tuve que ir cambiando de ideas debido a circunstancias que fueron surgiendo. No ha salido mal la jugada del todo porque así he llegado justo a tiempo de comprarme la segunda de las novelas de Stieg Larsson, que de otro modo hubiese quedado pendiente para finales de diciembre. Además, ya que estaba en una calle repleta de tiendas sin aglomeraciones y con multitud de ofertas (la crisis, dicen) y ya puesta a gastar un dinero que todavía no tengo, la cámara de fotos que desea meri, a la que ahora se le ha metido entre ceja y ceja que quiere ser la mejor de las fotógrafas. Porque yo la creo y por mí no va a quedar que, al menos, intente serlo.

Las luces de la calle se van apagando. Y hace tanto, tanto frío.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Los días de lluvia.


Los días de lluvia añoro por encima de todas las cosas el calor del fuego, el color de las llamas y el aroma a leña del que se impregnaba excasa al poco de encender la chimenea. También las frías y húmedas tardes, viendo y escuchando la lluvia al tiempo que leía -acurrucada bajo una manta- columpiándome en el balancín que había puesto a refugio debajo del porche. Aquí me conformo con encender la estufa y un par de velas, débiles y tenues llamitas que no desprenden apenas más que un calorcillo ínfimo, aunque todavía no he encontrado ninguna que huela a carrasca.

Se va a desprender de ella. Con gran disgusto de meri y creo que suyo propio, un poco obligado según me cuenta mi hija por esa novia que le está exprimiendo hasta los huesos, exposo ha quemado las naves y se aleja de todo lo que signifique recuerdos. A mí me duele, no puedo evitarlo, y ese abandono está trayéndome difíciles -casi insuperables- días de nostalgia.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La mañana es gris y fría.


Hoy es lunes, son las 9 de la mañana y no he de ir a la oficina.

Me quedaban cinco días de vacaciones y el año se acaba, así que decidí tomarme esta semana -que es la de mi cumpleaños- e intentar hacer esas cosas para las que últimamente me falta tiempo. Hoy meri ha fingido un terrible dolor de tripa para quedarse en la cama conmigo y eso me ha obligado a cambiar un poco los planes. Porque anoche vino tan alterada que yo voy a fingir que me lo he creído y a tenerla todo el día en tratamiento. He de tachar, pues, la visita al mercadillo, que lo era con una doble intención. Y el chocolate con churros en la terraza de Valor, destruyendo puentes y levantando barricadas.

Esta pasada madrugada los vecinos de arriba discutían en voz tan alta que de alguna manera me vi involucrada en sus problemas. Que vinieron a sumarse a los míos propios, por lo que he tenido una amarga noche de insomnio sin ánimos ni para salirme del cobijo del edredón.

La mañana es gris y fría. A juego con mi propio despertar.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Vasos vacíos.


Se me olvida a menudo que el portátil tiene música y altavoces. Se me pasa que puedo estar escuchando mis temas más o menos favoritos mientras aporreo las teclas. Hoy, no obstante, lo he recordado, he subido el volumen y me han entrado unas ganas locas de bailar. Entonces me he puesto a soñar. Sé que son imaginaciones mías, que no recuerdo ni cuándo fue la última vez, pero allí estoy yo, abandonada entre sus brazos, dejándome llevar. Tan cerca de él que casi podríamos fundirnos. Aspirando su aroma personal, un tanto picante a pesar de la ducha reciente, de la frescura de la hidratante (la mía, la que me venden siempre junto con la colonia que suelo usar) con la que se ha embadurnado gran parte del cuerpo (la que le queda por delante, la de atrás siempre ha supuesto un problema en el momento de untar), del chorro de colonia después de ponerse una camiseta y unos pantalones recién lavados con jabón natural...

Hoy ha sido un día de recaídas y regresiones. De vasos vacíos. Sin agua de río mezclada con mar.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Palabras en marcha.


Por las mañanas de los días laborables, en el descanso para café, corro a casa a tomarme una tostada y aprovecho para dejarle una notita a meri en la hoja que arranqué el día anterior del calendario de maitena. En apenas unas frases he de explicarle detalladamente los pasos necesarios para que pueda acabar de preparar la comida que tengamos para ese día. Yo llego casi una hora más tarde que ella y algunas veces el hambre le aprieta y no le viene bien esperarme. Además, me gusta que vaya adquiriendo responsabilidades domésticas sencillas y aumentando su autonomía.

En la oficina nos dejamos notitas en post-its amarillos. Yo siempre tengo un par de bloques abiertos encima de la mesa porque lo anoto casi todo. Y dibujo. Y ensucio. Y convierto en papelitos mínimos haciéndoles muchísimas dobleces. No es origami, pero me distrae.

En el bolso, de siempre, por lo que suelo usar modelos de talla XXL, llevo portaminas, con muchas de repuesto, bolígrafos de un par de colores, la agenda llena de anotaciones, un moleskine pequeño y alguna libreta de tapas duras, porque considero que puedo necesitarlos en el momento más inesperado.

Hace unos días tuve que ir a comprar material escolar y me llevé también un taco de post-its en forma de flecha, que ahora están señalándose unos a otros encima del escritorio de mi rincón de ocio, repletos de palabras que en sí mismas no tienen más sentido que el que ofrecen sus respectivas definiciones, esperando a encajar como si de un puzzle se tratara. Quizá la próxima semana, que al fin en lugar de en el balneario la voy a pasar en casa, consiga colocar cada pieza en su lugar correcto. O incorrecto, que tampoco me importa. La cuestión es que no se queden aquí paradas.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Poesía pastel.


Mis lecturas se nutren desde hace unas semanas básicamente de manuales de sociología e historia, por obligación y con el añadido de tener que retener y memorizar, con el esfuerzo que tal tarea supone cuando la mente ya está desacostumbrada. Por otro lado, he recuperado sencillas obras de principios básicos de filosofía -que voy leyendo sin orden ni concierto- por pura necesidad de encontrar, aunque ni siquiera sepa lo que estoy buscando. Y, para complicar más el panorama, me dio hace unos días por buscar entre las estanterías de la biblioteca pública algo que llamara mi atención en su reducida sección de poesía. Que al fin está siendo lo que más me está costando.

No me recuerdo lectora de poesía, creo que jamás he sabido entender su espíritu, que se me hurta su significado. Intento encontrar una explicación al desasosiego que me invade cuando, al no comprender el sentimiento, intento hacer una lectura literal de las palabras que mis ojos van encontrando, ordenadas según unas reglas diferentes, y que presumo con un doble (incluso triple) sentido, que me resulta imposible desentrañar. El empeño en acomodarme a su lectura es puramente egoísta, en un irracional afán por asumir como mías esas emociones que deben transmitir los poemas y que, en el culmen de la absurdidad, desearía, al no ser capaz de reflejar, al menos imitar.

Llevo un par de días haciendo ejercicios de composición. Los resultados hasta ahora son pobres y desiguales. Aunque creo que me están sirviendo para deshacerme de un tremendo complejo que me atenazaba: el de creer que el romanticismo pica y que la sensibilidad sólo se puede expresar con palabras almibaradas escritas en algún tono pastel.

viernes, 14 de noviembre de 2008

En un instante.

Círculo Ser. Divina Sabaté.

En tan solo un instante pasas la mayoría de las noches de estar despierta y consciente a caer rendida en el sueño más profundo. Antes de eso, en los minutos previos de duermevela, ya con todos los rituales cumplidos y apretando mucho los ojos como si con ese gesto se pudiera atrapar con más rapidez y efectividad la inconsciencia, escuchas dentro de tu propia cabeza, con una machacona repetición, gran parte de esas cosas de las que no has querido ni hablar a lo largo de todo el -interminable casi- día. Es entonces cuando crees encontrar respuestas a las preguntas, incluso a las que no han sido formuladas. Cuando atrapas las soluciones para los problemas planteados. Cuando te inventas una vida mejor y se te ocurren las mejores ideas para tus escritos.

Pero no quieres detenerte en esas ensoñaciones -todavía despierta, aún en el mundo de los vivos a pesar de que te habías propuesto dormirte mucho más temprano- porque has puesto el despertador y sabes que todos los minutos que pierdas son ya irrecuperables. Te engañas a ti misma intentando autoconvencerte de que al cabo de unas pocas horas, cuando de nuevo hayas de ponerte en marcha, lo verás todo -ya con los ojos abiertos y mientras desayunas o te duchas- con la misma claridad con que en esos momentos se te representa. Y volverás a estar equivocada.

Ocupas todo el día en hacer que la rueda siga girando sin haber sido capaz de recordar ni una sola de esas palabras, de esas ocurrentes respuestas, de esas magníficas soluciones, de esas ideales invenciones, de esas brillantes ideas. Y con la cosquilleante sensación de que hay algo que te estás perdiendo.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

De memoria.


Esta mañana temprano, en mi primera conexión (la de café y cigarrillo a una hora casi prohibida) me he llevado una muy agradable sorpresa con algo que, en principio, creí fruto de la casualidad. Más tarde, en una conexión posterior y poniéndome al día con aquellos blogs cuyas actualizaciones aparecen en mi reader, he ido descubriendo que se trataba de un bonito y sentido homenaje. Y todavía me he alegrado más, porque me suelen agradar los bloggers que hablan (bien) de otros bloggers.

Aquí hago un inciso. He empezado este post cinco veces y los efectos secundarios de la espectacular tormenta con la que hemos convivido esta tarde se han encargado de perderlo en cada una de ellas. Por ese mismo camino he dejado también algunas ideas, esas que se escriben en un momento cualquiera de inspiración y que, como ella misma, van y vienen a su antojo y no cuando son requeridas. Así que al final no sé muy bien por dónde voy a salir.

Algunas veces pienso si mi actitud al permanecer aquí de incógnito casi total es lo suficientemente egoísta como para que, al final, haya valido la pena. Ahora ya no, pero hace unos meses todavía había quien me preguntaba (aunque en realidad le preguntaban a ella, al anterior personaje desde el que mudé a memoria) si realmente había dejado de escribir, porque todavía existe quien no quiere creer que pueda vivir sin hacerlo. Lo cierto es que me gustaba estar allí rodeada de tantos y tan buenos amigos. Y que me llevo una enorme alegría cuando compruebo que de vez en cuando se siguen pasando por aquella página. Yo quisiera, hoy y ahora, recordarlos a todos ellos -mis queridos paseantes- y con esto ofrecerles un pequeño (pequeñísimo, en esta inmensidad) homenaje. Aunque como sé que no debo hacerlo, porque sigo aquí de incógnito casi total, me sumo al de todos los amigos de rafa, porque yo también, aunque en silencio, soy de las que disfruta y se entretiene leyendo a diario lo que hoy dice el periódico.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Secretos y mentiras. (I)


La última de las cosas en llegar -a finales de verano, cuando ya pensaba que no la iba a recuperar y violada y saqueada, como no podía ser de otro modo- fue su caja de los secretos. Allí guardaba no las cosas que no debían ser descubiertas, que nunca las había habido, sino las que, de alguna manera y por diferentes razones, en su momento habían significado algo especial para ella. Había tenido varias a lo largo de su ya a estas alturas larga vida que se fueron perdiendo (o cambiando de lugar y de dueño, que nunca tuvo muy claro qué había pasado en realidad con ellas) en las que iba atesorando tanto pequeños tesoros como deliciosas intimidades traducidas en palabras torpes que no quería olvidar. Esta última la compró al poco de mudarse a la última casa que compartió con su cari, en la que todos tenían su rincón propio excepto ella. Regresaba de una desagradable experiencia de separación, traumática por las presiones a las que tanto ella como la nena se habían visto sometidas y que acabó con un tratado de paz condicionada, que los años y los actos posteriores demostraron ser algo menos que una declaración de intenciones escritos no sólo con tinta invisible sino además sobre papel mojado.

Como en aquellos momentos no disponía de la experiencia que ahora tiene y porque llegó a creerse todas las mentiras, la compró grande para que cupiesen en ella muchos años. Parecía que al fin habían llegado al lugar definitivo y en la compañía adecuada, así que imaginaba tiempo infinito por delante antes de verse en la necesidad de cargar con ella para afrontar la siguiente etapa. El destino, como siempre, se ocupa de poner las cosas en su justo sitio, que, esperaba no estar equivocada de nuevo, debía ser donde se encontraba ahora. Pero esa es otra historia. La cuestión que interesa es que el día que salió huyendo de esa casa, con tan sólo una maleta en la que apenas si cabía algo de ropa y unos cuantos libros, tan sólo le quedaba una mano libre y la ocupó apretando fuerte la de su hija. Atrás quedaba todo lo que no podía llevarse y, aunque no quiso ni pensar en ello, por primera vez cerró la caja con su llave y la abandonó en un lugar que consideró tan poco adecuado que a duras penas si sería descubierto, con la esperanza de que algún día en que lo pillara despistado, la nena pudiese hurtarse a la curiosidad de su cari y consiguiese recuperarla para ella. Aunque nunca hasta que la trajo le había hablado de la caja. Ni de los secretos. Ni siquiera de las mentiras.

El curso de la vida hizo que él desmantelase la casa para su propia mudanza y así, imaginaba que con gran regocijo por su parte, encontró algo que no esperaba. Qué hubiese querido descubrir en su interior es algo que, aunque sabía con certeza, de momento no le interesaba. El simple hecho de forzar la cerradura y revolver entre los papeles y las fotografías ya le asqueaba lo suficiente como para no detenerse en ese acto tan miserable como cobarde. Cuando su enorme caja de los secretos volvió a sus manos y comprobó que no sólo había sido abierta a la fuerza sino que además habían desaparecido algunas cosas, tuvo que hablar con la nena de un asunto en el que hubiese preferido tener la capacidad de mentir para que no se sintiera decepcionada.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Palabras perdidas.


"Cuanto más intensa, más elevada, más refinada y exquisita sea la sensación física, ya se trate de dolor o de éxtasis, menos capaces de describirla son las palabras". P. D. James. (La hora de la verdad)

Tengo un diccionario. En realidad tengo varios, pero uno es el que cojo entre mis manos con más asiduidad. Me aseguraron cuando lo compré que encerraba entre sus páginas todas esas palabras que las más de las veces no acertamos a pronunciar. Que teniendo una idea de lo que se quiere decir se llega -saltando de término en término con un cierto orden- a encontrar el vocablo adecuado, ese que expresa casi con exactitud lo que unos minutos antes se había pensado o sentido en abstracto y que nos es necesario concretar.

Llevo varios días buscando esas palabras y no las logro encontrar. Lo peor es que me siento tan huérfana de ellas que es más como si no las hubiera tenido nunca que como si las hubiera perdido para siempre.

martes, 4 de noviembre de 2008

Errores.


Los errores hay que reconocerlos y yo ayer tuve una agotadora sesión de eso. ¿Me siento mejor ahora? No. Ha cambiado el estado de ánimo pero no ha sido para mejorar. Simplemente ha cambiado de malo a casi peor, aunque con unas perspectivas diferentes. ¿Significa eso que todavía puede cambiar? Tampoco. No al menos mientras no sea del todo consciente de la manipulación a la que siento que he sido sometida. Sin crueldad pero sin misericordia. La ofuscación me ha impedido darme cuenta hasta que, intentando aclarar conceptos antes de entrar en confrontación, se ha revelado la realidad inesperada. La responsabilidad es mía en última instancia. La asumo y con ella mis errores.

Hubiese peleado por defender esa verdad que yo creía irrefutable. Ahora me dejaría apalear por haber estado tan ciega y tan ausente, por haberme dejado enredar en esa trampa en la que yo misma al parecer había puesto el cebo. Me rindo. Ya se puede recoger el botín y enterrar a los muertos.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Mi tiempo y mi espacio.


Algunas tardes, ya anochecido y ahora que empieza a refrescar, redescubro el placer del agua. De la bañera llena de agua caliente y aromatizada con cualquiera de las sales que compré hace unos meses en la jabonería que abrieron en el centro comercial.

Su preparación, con el tiempo, se ha convertido en toda una ceremonia. Aviso a meri con tiempo suficiente para que acapare toda mi atención antes de que mi cuerpo y mi mente se desconecten. Abro el grifo del agua caliente y la dejo correr hasta que alcanza la temperatura que me parece adecuada. Entonces, y no antes, es el momento de poner el tapón de manera que no se pierda ni una gota. Cierro la cortina de baño para que se vaya creando una atmósfera vaporosa y me siento a escuchar cómo va cayendo, porque el sonido, aunque pueda parecer una obviedad, es cambiante. Cuando calculo que va por la mitad, elijo de entre todos los frascos las sales que ese día me pide el cuerpo, abriendo apenas el tapón de corcho. Con una cucharilla tomo la cantidad que me parece suficiente y la esparzo con delicadeza por la superficie del agua, que va cambiando de color, de aroma, incluso de textura. Y empiezo a desnudarme, despacio, delante del espejo que poco a poco se va empañando. Compruebo que lo tengo todo a mano. La esponja, la toalla y el albornoz, la alfombrilla y las zapatillas de rizo y, más que meterme en el agua, me deslizo entre polvos casi mágicos. Antes de que rebose, ya completamente sumergida, cierro el grifo. Cuando he conseguido la postura más cómoda, estirando músculos y relajando articulaciones, apoyo la cabeza en el borde y cierro los ojos. De repente me encuentro flotando en un ingrávido mundo de humedad y silencio que sólo rompe el chapoteo de la esponja cuando absorbe agua para ser derramada por todos los rincones de mi cuerpo. A partir de ahí, me dejo llevar... Es como alcanzar el momento zen que llevas días, semanas, meses, incluso años, esperando.

La bañera no es muy grande, pero es mía, es mi espacio. Y el tiempo que dura mi baño no suele ser demasiado, pero ahora que he conseguido que nadie rompa ese momento de abstracción, de comunión con mi cuerpo, también es mío y como el oro lo estoy valorando.