El último día de julio, una crema fría para temperamentos calientes.
Me enseñó a hacerlo hace unos años una amiga cordobesa y, aunque lo cierto es que la primera vez que lo tomé preparado por ella no me gustó demasiado -comparándolo con el gazpacho, esa explosión de sabor de tantas verduras frescas- he ido acostumbrándome a su exquisitez cada vez que he repetido. Ahora es uno de mis platos (o vasos, que si sobra acabo bebiéndomelo) fríos favoritos, especialmente cuando lo preparo con los tomates que cada viernes me traen de la huerta, que nada tienen que ver con los que antes compraba expresamente para hacer el salmorejo. Porque los dejan madurar en la mata y eso, en el sabor y en la textura, se nota. Hay que poner el pan del día anterior (una barra, más o menos) a remojo en agua hasta que se ablande. Lo utilizo después muy escurrido para triturarlo con los tomates, muy maduros y pelados, con un par de dientes de ajo y un buen chorretón de aceite de oliva. Yo sal le pongo poca.
Al servirlo, preferiblemente en cuencos de barro, se le añade huevo cocido cortado en cuartos y tiras finas de jamón serrano. Para comer con cuchara…o mojando con pan.
5 comentarios:
No sé si me gustaría, esta vez. Pero no lo desmerezco, ¿eh? Que a falta de pan, buenas son las tortas.
¿A qué sabe el gazpacho? Nunca lo probé.
Qué rico está! No se puede comer pensando en el gazpacho, pero si está tan rico como el que tú nos ofreces, te cae como el manjar más preciado
pero qué sed me ha entrado de repente... creo que tengo un antojo de los gordos...
pero qué sed me ha entrado de repente... creo que tengo un antojo de los gordos...
Este es uno de mis platos básicos desde abril a octubre prácticamente. Y lo hago igual que tú, pero le añado un chorrito de vinagre.
Besos
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