jueves, 17 de julio de 2008

Setenta y cuatro.


En la misma revista que las recetas de cosas tan ricas y sanas encontró la referencia de una página de contactos en la que -decían allí- se tenía la posibilidad de conocer gente y en la que, incluso, en un alarde de optimismo, le aseguran que navegando por los perfiles de sus miembros (¿y miembras?) se tienen grandes posibilidades no sólo de encontrar pareja, sino de ¡enamorarse!

Como ni el chocolate ni las falsas promesas le parecieron demasiado peligrosos decidió probar ambas cosas. Ambas, aunque en un orden de preferencia sobre el que no le cupo ninguna duda. Así, un día por la tarde, con una bandejita de bombones al lado y el recorte con la dirección web de la referencia, se puso a la tarea. El registro no resultó sencillo. Los datos solicitados eran muchos y demasiado personales. Tenía, además, algunas dudas. ¿Se debía ser completamente sincera? ¿O por el contrario era más adecuado utilizar la imaginación e ir respondiendo según la inspiración del momento? Como no tenía demasiado claro el método a utilizar, la solución fue salomónica: una parte de aquí y una parte de allá. Probablemente no acertó del todo, pues se lamenta de que a día de hoy todavía no ha obtenido ningún resultado.

El caso es que la experiencia no sólo no le desagradó sino que le pareció incluso que podría llegar a ser gratificante y, puesta allí la primera pica, decidió seguir adelante. Tiempo era lo que le sobraba. Pidió a google más referencias y estuvo distraída (en el más amplio sentido de la palabra) creándose perfiles en diferentes plataformas que prometían amistad, diálogo y confraternización entre otras cosas. En una de ellas -que ofrecía un chat para ir abriendo boca- sufrió un abordaje agobiante de mensajes 'en privado' que le pedían insistentemente sus medidas y su número de teléfono. Otros, más comedidos, se conformaban con el msn, a ser posible con foto o con cam conectada, y los menos, en fin, se presentaban de una manera educada y esperaban unas cuantas líneas de conversación intrascendente para acabar solicitando lo mismo que el resto. Entre todo aquel jolgorio tropezó con alguien que no sólo parecía apreciar su ironía sino que, además, la provocaba con sus escuetas y bien medidas respuestas. Al que después de un rato largo de conversación le dio el msn, que parecía ser el bien más valorado. No perdía nada y cabía la posibilidad de haber encontrado a alguien interesante con quien charlar mientras en la tele ponían la misma película de todos los veranos.

Dos días duró el buen rollito. Ayer le colgó -con la excusa de que le tomaba por tontito al no querer conectar la cam ni enviarle una fotito- mientras intentaba explicarle que gracias a una bajada de corriente eléctrica durante una de las frecuentes tormentas de los meses de invierno se le había fundido el ordenador, que ya tenía su solera, con lo que no sólo se quedó sin todas las fotos de las vacaciones de años pasados sino que además se tuvo que gastar un dineral en la compra de ese portátil con el que ahora estaba familiarizándose. Aunque si es difícil que alguien te escuche cuando le dices lo que no está dispuesto a oír, más complicado resulta si, en lugar de escuchar, lo ha de leer. Me cuenta que se quedó un tanto disgustada, pues no está acostumbrada a que le tomen por mentirosa ni manipuladora. Y menos por una foto, con la cantidad de imágenes chulas que tenía ella archivadas.

Como si yo fuese la experta de la oficina, no sé si porque suelo arreglar los equipos apagando y encendiendo o porque me paso la pausa del café escribiendo en una libreta que llevo siempre en el bolso, me pregunta si creo posible que, enviándole una larga carta a la dirección que aparece en el contacto del msn en la que -desde el encabezado a la cruz- le explique detalladamente que no le estaba tomando el pelo sino simplemente precauciones, conseguirá que vuelva a hablarle. Y yo, que no sé qué responderle porque ni sé de direcciones de correo ni de tácticas de acercamiento, viéndola tan angustiada le aseguro que haré todo lo posible por ayudarla. En cuanto se da la vuelta para volver a su sitio, escribo esta pequeña historia en la libreta que copio ahora literalmente. Porque el ciberespacio, aun siendo grande, no es infinito y siempre cabe la posibilidad de que esos ojos que no se detuvieron en la pantallita del msn lo hagan aquí y, aclaradas las cosas, recapacite y vuelva a conectar con quien ahora sólo parece que espera y desespera.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Uyyyyyy... con el chat hemos ido a dar...
Tengo una amiga (sí, de verdad que es una amiga) que en un par de años consiguió unos ocho o diez "novios", "rollos", "amantes", o como quieras. No sé cómo lo hacía. Creo que la técnica era esa: un perfil en algo de contactos y a partir de ahí... A mí lo que más me alucinaba es que eran siempre tipos (supongo que seleccionaba mucho, claro) de un perfil muy adecuado al suyo por edad, y con profesiones muy concretas (profes de universidad, arquitectos, psicólogos, médicos). Encima, alguno que conocí por las fotos que me enviaba, eran hasta guapos. Me imagino que es una cuestión de ir seleccionando, y que como decía mi amiga, "es que es un mar lleno de peces". Así que no sé qué decirte. Un largo correo tal vez puede ser la solución. Y si no lo entiende, seguramente no merece la pena, y es cuestión de volver a pescar y seleccionar muy bien entre esa infinita variedad, lo que cae en la red...

CarmenS dijo...

Los jóvenes, que se consideran a sí mismos la generación de las telecomunicaciones, suelen seguir haciendo amigos en persona, en sus clases, en sus barrios, en sus equipos de deporte. Si ellos no se fían del ciberespacio para crear nuevas relaciones, ellos que consideran los aparatos como parte esencial del mundo en que habitan, ¿no deberíamos tener en cuenta su ejemplo? Y que conste que yo tengo amigos personales, buenos amigos, a los que conocí a través de una página web. (Por no hablar de los amigos blogueros)

horabaixa dijo...

Hola Memoria,

Me ha gustado mucho tu escrito. Y éste es un tema que da para mucho.

Relaciones personales, de todo habrá, y es que, a veces, el anonimato da para estas y otras historias.