lunes, 9 de junio de 2008

Cincuenta y tres.


Hace más de cuatro semanas que tengo la bolsa de playa preparada para salir corriendo el primer domingo con sol que me pille en casa. El bikini, la toalla, las gafas de bucear, el pareo, los zapatos de agua, la crema protectora, la esterilla acolchada... Hace más de cuatro semanas que no disfrutamos de un domingo sin lluvia y ya empiezo a estar un poco harta. ¡Que estamos en junio, pordios, y necesito relajarme tumbada al sol, sin hacer absolutamente nada, con las olas rozando las piedras como único sonido de fondo!

No paró de llover, así que la alternativa tuvo que ser la del sofá y la lectura. Me puse al día en los capítulos del Quijote con los que me había comprometido para esta semana y acabé la novelita de Fred Vargas que empecé a leer por la mañana, mientras esperaba a ver si escampaba. Descansé -sin relajarme- e incluso con el golpeteo sincopado de la lluvia en el cristal de la ventana (clin, clin, clin...), dormí una pequeña siesta, por lo que a la hora de acostarme ni siquiera tenía sueño. Con lo bien que me hubiese venido dormirme pronto porque al cabo de un rato ya era lunes y no sabía lo que daría de sí la mañana...

Durante la noche, ya casi de madrugada, noté el cuerpecito de meri pegado al mío en la cama. Hace unos días, cuando parecía que por fin empezaba a calentar el sol, quité el edredón y estaba, pobrecita, helada. Seguía lloviendo, pero esta vez el golpeteo sincopado de las gotas de lluvia en el cristal de la ventana (clin, clin, clin...) no sirvieron más que para aumentar mi frustración por otro domingo sin playa. Me levanté a buscar algo con qué taparla y, aunque volví a acostarme al momento, no hice más que dar vueltas y vueltas, arrugando las sábanas y destrozando la almohada. Cuando ha sonado el despertador estaba agarrotada. Ni siquiera la ducha caliente ha servido para relajar los músculos del cuello y enderezar la espalda. En el camino a la oficina se me han mojado los pies porque cuando llueve de esa manera de nada sirve llevar paraguas. En unos días más, si seguimos con esta húmeda primavera, nos despertarán, además de las gaviotas que se adentran en la ciudad cuando hay temporal y empiezan a graznar con la primera luz del día, las ranas que se habrán hecho dueñas de estas calles que ya casi más son como charcas.

A estas horas aún no ha dejado de llover. Aunque podría parecer que me estoy quejando, es justo lo contrario. A pesar de que no salen las cosas del todo a mi gusto vivo tranquila al compás de la lluvia y soy medianamente feliz. Y además esta mañana temprano, muy temprano, ha llegado tu homenaje. Quiero que sepas que te estaba esperando. Que te llamé a ti, precisamente a ti entre tantos, porque temía sentirme un poco huérfana sin tu aliento en la distancia. Confiaba en que tarde o temprano entenderías esa señal no convenida. Te agradezco, lo sabes, tus palabras. Y que, sin pedírtelo, accedas a guardar este pequeño secreto.

3 comentarios:

CarmenS dijo...

Da pena ver el cielo gris, encapotado, pero sabes que la lluvia es un tesoro que no se consigue fácilmente. La lluvia golpeteando en el alfeizar puede ser una canción de cuna, un tónico para relajarse. Lástima que a ti te desvelara.
Habrá días de sol, de playa, de carreras sobre la arena. Mientras tanto, disfruta de la lluvia.
Un beso

Isabel dijo...

Desear es casi el conjuro para que no consigamos lo que queremos,amiga.Mejor es saber disfrutar de todos modos con otras opciones;eso siempre es bueno para no crear frustraciones inoportunas. Un beso y me encanta pasar a leerte.:-)

Anónimo dijo...

Los del norte, como sabes, lo sabemos todo acerca del agua. Vigila los dedos de los pies... si notas que empieza a salir una telita entre ellos, parecida a la de las ranas... Entre tanto, tranquilidad...
Es broma.
Me alegro de lo del homenaje, que tú sabrás... :) pero como tiene muy buena pinta, eso, que me alegro...
Besitos.