lunes, 26 de mayo de 2008

Cuarenta.


Anoche me descubrí queriendo saberlo todo. ¿Cómo? ¿cuándo? ¿dónde? ¿con quién? y, lo más importante ¿por qué?... sólo se me ocurrían preguntas. Me reconcomía una insaciable curiosidad. Sabía que ni era el momento ni la persona adecuada para responderlas y aún así estuve haciéndolas durante un rato largo. Muy pocas de ellas obtuvieron una respuesta que me satisfaciera porque, en mi ansiedad, no conseguí aparentar -no fui sutil ni taimada, no tengo remedio- la indiferencia que a ella le habría soltado la lengua. Quizá.

Por eso hoy sigo haciendo las mismas preguntas, y algunas más. Sé que ya no está desquiciado como los primeros días, pero también sé lo difícil que es olvidar.

4 comentarios:

Arcángel Mirón dijo...

A veces retornamos a la edad de las preguntas. En realidad no creo que haya una edad para querer saberlo todo: lo hacemos siempre. Por fortuna. Nunca dejemos de preguntar.

violetazul dijo...

a veces es tan difícil controlar la curiosidad y ser sutil, o indiferente...
creo que aunque se intente, si hay curiosidad no se puede aparentar otra cosa..
y que mala es una curiosidad insatisfecha...
paciencia amiga!
besos

CarmenS dijo...

Cuando la ansiedad nos penetra en la sangre, cuando la angustia nos posee, cuando se nos desbordan las emociones es, precisamente entonces, cuando menos armas tenemos para conseguir entender lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Y a veces ¡es tan difícil entender las cosas que nos pasan!

Anónimo dijo...

Lo malo de preguntar es que a veces te responden. Y te fastidian. O no lo hacen, y te fastidian más. Pero a ver quién es el guapo que puede evitar sentir curiosidad...
Ainnnsss...mfw