miércoles, 7 de mayo de 2008

Veinte.


Hoy, a mediodía, un conversación. Que no es nada de extrañar, excepto si se trata de nosotras y es la hora de comer. Somos una pequeña familia de silenciosas y además solemos estar hambrientas, así que podría decirse que el de sentarse a la mesa no es nuestro mejor momento para hablar.

Ha habido una pelea en el instituto y, aunque no es la primera ni será la última, al parecer esta vez les ha afectado de una manera diferente. Las dos niñas contendientes, de la misma edad de la que me lo contaba, ofrecían una imagen totalmente salvaje ante la mirada atónita de los compañeros que volvían a las aulas después del tiempo de recreo. Se podría decir que las ha salvado la campana, momentáneamente al menos, porque han vuelto a encontrarse a la salida, esperándose una a la otra, el pelo recogido, las uñas afiladas, los rencores a flor de piel... rodeadas por algunos corrillos, que siempre los hay, formados por grupos de adolescentes de diferentes edades y en diversas situaciones, que no podían -unos- apartar los ojos del espectáculo y -otros- jalear para que aquello no acabase. Por fortuna alguien ha tenido la sensatez de sacar su teléfono móvil -que guardan a buen recaudo en el fondo de la mochila- y hacer una llamada a emergencias, que ha enviado tanto a una patrulla de la policía local como a un par de sanitarios por si se producían heridas. Han podido reducirlas y, dando por finalizado el episodio, enviarlas a sus respectivas casas sin una amonestación, sin tomarles los datos para dar un aviso -y algún tirón de orejas, me atrevería a pedir- a sus padres, sin demostrar a los espectadores que aquello tuviese ninguna importancia.

Mientras me lo contaba yo podía ver que estaba indignada a la par que perpleja, no tanto por la pelea en sí, que, repito, no ha sido la única en el tiempo que llevan de curso, sino por las nulas consecuencias que de ella iban a derivarse en la vida de las dos niñas. De la irresponsabilidad de la policía, al limitarse a separarlas y enviarlas a cada una sin más por su propio camino. Como suele hacer después de explicarme con sus propias palabras cuanto acontecimiento le parece relevante, y este asunto de la violencia lo es, ha formulado la pregunta de la que nunca puedo escaparme. Y tú, mamá ¿qué harías? Yo, que estos últimos días no ando demasiado despierta y que en estos temas pretendo no pillarme nunca los dedos, le he contestado que me lo pensaba y después vendría la respuesta. Y porque es difícil y porque ella necesita que sea ecuánime y justa, tendré que decirle que he de seguir pensando.

3 comentarios:

CarmenS dijo...

¡Qué difícil es acertar con las palabras adecuadas en cada momento, sabiendo además la transcendencia de tu opinión en su cabeza y en su corazón!A lo mejor es ella la que debería decirte qué esperaría de ti si un día cometiese el error de la violencia. Cómo podrías tú salvarla de esa situación si se dejara llevar por la adrenalina.

Anónimo dijo...

Tú qué harías si fueras quién... ¿la madre de una de las contendientes? ¿una de ellas? ¿la policía?
Ay, Memoria, a estas horas tengo la cabeza caótica del todo... No sé qué haría si fuera mi hija. Supongo que me consuela (y me libera de pensarlo) la certeza de que mi hija no lo haría, como sabes que la tuya tampoco lo haría, porque para eso las hemos educado de otra manera. Ya. Pero ¿y si un día...? Bueno. Suspiro aliviada. Sofía ya nunca tendrá una pelea de adolescentes. Un consuelo.
Muchos besos atolondrados, que hoy estoy fatal...

violetazul dijo...

Qué difícil! qué harías???
Pero digo igual que brujaroja, ayuda mucho la certeza de que lo que ha respirado de ti difiere mucho de afilar las uñas, y alimentar rencores..
Besos