lunes, 19 de mayo de 2008

Treinta y tres.


Han vuelto los duendes.

Ayer por la tarde, mientras descansaba con un té verde entre manos, escribí, edité y presuntamente publiqué el artículo anterior. No sé si comprobé que realmente salía en portada, aunque supongo que sí porque es una rutina que no se me suele pasar. En el exterior había una gran tormenta eléctrica, rayos y truenos que rodaban por encima de nuestros tejados, por lo que en momentos puntuales nos quedábamos sin corriente, aunque trabajando con el portátil no se nota ya que, a menos que tenga la batería agotada, no se suele apagar. Como ya tengo experiencia en esos menesteres, y aunque me gusta entretenerme escribiendo 'on line', continuamente le doy al botoncito de copiar. Es algo que aprendí después de muchas pérdidas irrecuperables, porque nunca suele salir igual la segunda vez que se intenta, aunque por lo visto ayer me debí olvidar. Debió ser, pues, cosa de duendes, el que desapareciera el artículo por las buenas y después volviese a estar.

Aunque me niego a creer que existan, reconozco que ya he tenido duendes en casa con anterioridad. Me graban canciones en el iPod que yo no recuerdo no sólo haber seleccionado, sino ni tan siquiera haber buscado para escuchar. Me ponen notitas en post-it encima de la mesa escritas con una letra tan semejante a la mía que en algunos momentos incluso me podría dejar engañar. Me cambian la hora del despertador para que los fines de semana no tenga que madrugar. Me desordenan los libros para que encuentre el que tanto tiempo me había llevado buscar...

Cuando, recién levantada esta mañana, me he sentado a desayunar enfrente de la ventana, incluso me pareció verlos reflejados en el cristal, observándome por detrás. Por supuesto que no estaban cuando he girado la cabeza, no vayas a creer que tengo alucinaciones antes de tomarme el primer café. En condiciones normales ni siquiera hablaría de ellos porque sé que me arriesgo a parecer más rara de lo que en realidad soy. Pero hoy las condiciones no son normales porque debe haber habido una invasión. Esta mañana en la oficina eran más las cosas que se perdían que las que se encontraban. Y todos hemos coincidido en la misma excusa que dar: de vez en cuando, con luna llena, vienen los duendes; deja que se tranquilicen y pronto las volveremos a recuperar.

4 comentarios:

CarmenS dijo...

Si no son duendes maléficos, mejor dejarlos estar con nosotras. Hubo unos que arreglaban zapatos para ayudar a un pobre artesano. Y otros que entretenían a los niños con sus enseñanzas ecológicas en las pantallas del televisor. Así que ¿por qué temerlos? Contigo se portan bien, no los expulses.

Anónimo dijo...

Los duendes que te visitan parecen simpáticos. Así que mejor convivir con ellos sin demasiados aspavientos. Van a cuidar de ti. De hecho ya lo están haciendo... ¿No será que los buenos deseos de los que te queremos adquieren forma revoltosa y te acompañan para que sientas que estamos cerca...?

violetazul dijo...

Los duendes estan por todas partes.. mi casa está llena, y la verdad, ya me da igual que el resto de la gente me vea rara, porque soy capaz de afirmarlo delante de cualquiera.
Son inofensivos, aunque sus actos a veces ocasionan tsunamis emocionales, o nos roban una sonrisa.. a veces, no ayudan a recordar y a vivir, lo que hace rato queremos olvidar..
El día que no los sienta conmigo, si que me voy a sentir rara, como "sola"..
Besos

Arcángel Mirón dijo...

Me pasó lo mismo la última vez que actualicé el blog. Se ve que los duendes estaban aburridos.