jueves, 8 de mayo de 2008

Veintiuno.


"La calle principal estaba milagrosamente despejada de tráfico. Mientras cruzaba los carriles vacíos vio que algunos coches se subían a la acera. No había policía. Todo eso era obra de los ciudadanos corrientes, que sabían que ese trecho de la calle tenía que permanecer despejado para transportar a los heridos. Las ambulancias bajaban a toda velocidad de dos en fondo, en medio de un delirante estruendo, con luces intermitentes y mareantes, entre el aire lleno de un polvo rosa-gris y de humo procedente de detrás de los bloques de apartamentos."
(...)
"Falcón aceleró el paso. Los edificios no parecían demasiado dañados, pero la gente que asomaba como flotando, llamando y buscando a sus familiares en los espacios que quedaban al pie de los bloques que se iban vaciando eran fantasmas cubiertos de polvo. La luz se había vuelto extraña: el sol estaba cubierto de humo y de una neblina rojiza. Había un olor en el aire que no era de inmediato reconocible a no ser que hubieras estado en alguna guerra. Se coagulaba en las fosas nasales junto con ladrillos y cemento pulverizados, hedor de cloaca, sumidero y un desagradable olor a carne. La atmósfera era vibrante, pero no con ningún ruido perceptible, aunque la gente hacía ruidos -hablaba, tosía, vomitaba y gruñía-: era más un zumbido que transportaba el aire, provocado por una alarma humana colectiva ante la proximidad de la muerte."

Robert Wilson. Los asesinos ocultos.

No hay comentarios: