El año pasado (tan cerca, tan lejos) disfrutaba haciendo -uno tras otro- sencillos talleres de escritura creativa. Escribía sin parar, a mano y sobre papel, una especie de pequeñas ficciones que, dado mi carácter egocéntrico y vanidoso, nunca llegaban a serlo del todo. De repente lo tuve que dejar. La realidad se me había echado encima y no podía perder tiempo inventando historias de otros. Empleaba todas mis energías y la mayoría de mis recursos en intentar poner en orden las mías propias, las que me habían hecho llegar al punto en el que en esos momentos me encontraba. Luego pasaron los meses y nunca se me había ocurrido retomarlo.
Esta tarde, que estoy sola y ocupada intentando oganizar las estanterías de mis libros, por si tengo suerte y me llega alguna bolsa de los que quedan en ex-casa, me he detenido, cambiándolos de sitio y agrupándolos, en los manuales, los diccionarios, los apuntes y los ejercicios que tenía tan olvidados. Es cierto que quizá me he tomado alguna cerveza de más en el aperitivo. También que, después de una noche revuelta a causa de la tormenta, la falta de sueño me reste objetividad. La cuestión es que, después de llenar la papelera de deshechos que ni siquiera puedo calificar de literarios, he llegado a la conclusión de que ahora no soy capaz.
Estoy tan centrada en -precisamente- centrarme, que cualquier cosa que se me ocurre empieza por ese pronombre personal y acaba invariablemente en forma de llanto entrecortado salpicado por una larga retahíla de insultos. Así que acabo convenciéndome de que no estoy todavía preparada. Supongo que me sigue faltando distancia, esa distancia que no sólo proporciona el tiempo sino también la indiferencia, y en ese tema (aún sintiéndolo) sólo puedo declararme culpable (sin remedio) al menos por omisión. Y es que, tan buena alumna para casi todo lo demás, nunca fui capaz de interiorizar el significado menos literal y más personal que se le pueda dar al verbo ignorar.
3 comentarios:
No te me agobies, bonita. Ya sabes que una de las cosas fundamentales para escribir (escribir con finalidad verdaderamente literaria, no como desahogo, ni como terapia, ni como...) es justamente la distancia. Y para eso necesitas tiempo. ¿Sabes qué? Esos días llegarán. Y escribirás cosas preciosas. Y entre tanto, de esas otras cosas, literarias aunque no tengas esa intención, seguimos disfrutando quienes te leemos...
Escribir está bien.
Centrarse está mejor.
Respirar hondo es la ostia.
Pero lo mejor es el día en que caes en lo buena que eres.
Y caerás, date tiempo...
Mientras, yo te doy un beso y un abrazo fuerte :-)
Se te desprenderá ese dolor como una piel quemada por un sol excesivo y harás con tu vida lo que te apetezca hacer. Si es escribir, lo harás. Si es irte al cine, de excursión o a bailar, lo harás. Porque el momento llega si hay buena disposición.
Un juego: inventa una historia en la que alguien que no eres tú hace algo que tú harías harías si fueras esa persona.
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