domingo, 25 de mayo de 2008

Treinta y nueve.


He leído en el periódico que mañana comienza la demolición. No era un edificio bonito, ni siquiera resultaba cómodo porque desde su construcción apenas si se habían efectuado mejoras. Allí no se trabajaba en las mejores condiciones de seguridad, circunstancia que habías ido denunciado con regularidad. Aún así, era donde fichabas todos los días, sin saber nunca cuántas horas te ibas a quedar, durante tantos años y bajo tantas direcciones que para algunos -los veteranos, los que lo habíais ocupado por primera vez- sus paredes encerraban más vivencias, más recuerdos en muchos casos, que vuestro propio hogar.

Desde que empezó la construcción del aparcamiento contiguo -que tan bien te vino, con tu necesidad de tener siempre el coche a mano, bien aparcado y sin dificultad- se resintieron las paredes, los soportes, además de la propia tranquillidad del silencio y la paz en el que decías necesitar para desarrollar tu importante trabajo. Fueron apareciendo grietas que, sin llegar a preocupar, afeaban todavía más las desconchadas paredes de los distintos compartimentos en los que a lo largo de los años se tuvo que ir separando las antiguas instalaciones, para ir acoplando el edificio a sus nuevas funciones, administrativas, médicas y de rehabilitación.

El día que te desalojaron de urgencia ya fue tarde para recoger, para despedirte de todos los aparatos, las máquinas, el mobiliario, las plantas, las fotografías, los documentos, los papeles en general -que parece mentira pero se acumulan- incluso los personales, a lo largo de los años en que los fuiste guardando sin pensar, creyendo que eras tú el que controlaba, que en cualquier momento te los podías llevar, o romper, o tirar. Después del movimiento de tabiques de aquel día y del desalojo obligado por los bomberos, que creyeron que se les venía el edificio encima, nunca más te dejaron entrar a recuperar ni siquiera lo que era tuyo. Mañana los escombros se lo tragarán para siempre. Y seguro que allí estarás tú, mirando, viendo cómo desaparece el escenario de unos años felices de tu vida, sin pestañear.

Ojalá tengas suerte y, como hoy, llueva tan suave y dulcemente que te sirva para disimular las lágrimas que, estoy casi convencida, sin querer vas a derramar.

3 comentarios:

Arcángel Mirón dijo...

Estas cosas duelen. Las cosas poseen una vida propia, creada a partir de cada particularidad que le fueron volcando quines pasaron por allí. Un edificio tiene vida, un auto, un negocio, una oficina. Las demoliciones son pequeñas muertes.

Anónimo dijo...

Y a mí que me parece que esto es sobre todo metáfora...
¿O será que todo lo es?
Muchísimos besos, corazón, sigo muy próxima a ti.

Isabel dijo...

Reconozco y confieso que el otro día entré sin llamar,me cole por una pequeña grieta y vi por encima toda la vida que encierra este lugar; el de tu relato es ficción posiblemente,pero mi visita fue real.No se me pasó por alto volver,pero es mucho mejor ahora que tú me abriste las puertas personalmente.Ha sido todo un placer leerte.Gracias por el enlace,desde hoy también estás en el mío.Hasta muy pronto.Un beso.:-)